Madurar es ver el amor en el alma de las personas
A medida que vamos madurando muchas de nuestras creencias van cambiando, entre ellas nuestra perspectiva del amor. Madurar implica entender el amor de otra manera, más profunda y algunas veces, más sencilla. El amor maduro responde a una necesidad intensa cuya satisfacción conlleva un largo tiempo de crecimiento.
Cada uno de nosotros tiene un concepto de lo que representa el amor, lo que es realmente importante y qué es lo que se espera en una relación. En este proceso las ideas preconcebidas y las creencias personales tienen un peso fundamental en nuestra manera de vivir el amor.
Existen dos clases de amor, el amor adulto o amor conyugal que se describe como una amistad amorosa que incluye afecto, confianza, respeto, lealtad y conocimiento íntimo mutuo. Y el amor apasionado o infantiloide que es un estado emocional salvaje, de confusión de sentimientos y emociones como la ternura, sexualidad, júbilo, dolor, ansiedad y celos. Dicen los estudios que este amor es limitado de 6 a 30 meses, con posibilidad de resurgir a veces.
El tiempo es esa prueba del algodón que nos enseña a ver con los ojos del corazón y a apreciar lo auténtico. Es ahí donde las experiencias nos acercan al amor adulto, haciéndonos sentir más libres para expresar nuestros sentimientos y ser capaces de reconocer en el otro sus estados más profundos. Así, conseguimos ver a través de más ojos que los propios.
“El amor es conocimiento del tú por el yo”
-Kierkegaard-
El amor adulto
Un concepto fundamental en el adulto y en el amor es la autonomía . Puede parecer una contradicción hablar de la unión de dos almas y hablar de autonomía, pero es que esta y la autoestima son inseparables. Los individuos autónomos entienden que los demás no existen solo para satisfacer sus necesidades: saben que por mucho amor y comprensión que exista entre dos personas, cada uno es responsable en última instancia de sí mismo, cada uno es responsable de su felicidad.
Al madurar damos un valor más justo a cada una de las cosas que vivimos, apreciando la esencia del otro y aceptándolo con virtudes y defectos. El amor adulto da lecciones de vida, valorando la esencia de la persona. En cambio, el amor egoísta e infantiloide, busca herir, ubicar o desencajar a la otra persona.
Amar satisface un ansia, un deseo de prodigar ternura. Ser amado llena otra necesidad: el deseo individual de ser querido y apreciado. Si amar constituye una clase especial de realización; ser amado es la recompensa que se le otorga. Los principios que explican cómo elegimos nuestras parejas se basan en la interacción entre las características de una persona y la apreciación de esos rasgos por la otra.
El amar y ser amado no es el único placer dentro de la relación de pareja madura, también existe satisfacción en el proteger, ayudar y guiar al otro, al tiempo de sentir seguridad y confianza.
Madurar es la capacidad de soportar la incertidumbre
¿Por qué vivimos en pareja?
En los últimos 10 años se ha trazado un perfil de desarrollo normal en el amor desde la adolescencia hasta la madurez, en el que se describe un proceso típico de desarrollo. En este perfil se observa que en la transición de la madurez nos comprometemos profundamente con los aspectos importantes de la vida, como el amor, desligándonos de influencias anteriores.
Es en esta etapa es donde nos sentimos más preparados para comprometernos en una relación íntima con otra persona, formalizar la relación, vivir juntos, y contraer matrimonio. Las personas nos emparejamos por una necesidad de seguridad, de autoafirmación, al alejarnos del hogar primario y por la necesidad de alcanzar un objetivo vital como es amar y ser amado.
La gran mayoría de los problemas de pareja suelen venir de exigencias románticas inflexibles sobre el amor y la pareja que quedan muy alejadas de los cimientos basados en la madurez y objetividad. Estas ideas distorsionadas propias del amor apasionado o infantiloide pueden hacer peligrar incluso a parejas que se complementan muy bien.
En definitiva, el amor adulto se nutre de las experiencias compartidas, pese a sus conflictos y peligros internos. La verdadera sabiduría de este amor radica en su propia evolución, pese a las fisuras y heridas propias de las relaciones emocionales.
Existir es cambiar, cambiar es madurar, madurar es crearse a uno mismo.