Me despidieron por tener depresión

Muchos me dicen que puedo llevar a mi jefe a juicio por haberme despedido durante mi baja por sufrir depresión. Aunque lo cierto es que no tengo ánimos para pasar por ese proceso, ni de volver a dicho entorno laboral. Esta es mi historia.
Me despidieron por tener depresión

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 24 enero, 2023

Hace tres años mi vida era otra. A las ocho de la mañana cogía el coche para entrar a trabajar a las 8.30 en una empresa de recursos humanos. A las 5.30 fichaba y me volvía a casa. Los dos primeros años estuvieron bien; me gustaba mi puesto y me sentía motivada. Los últimos diez meses solo pensaba en desaparecer.

Una vez, incluso lo hice. Después de una discusión bastante fuerte con unas compañeras de departamento, cogí el coche y empecé a conducir sin rumbo. Al cabo de una hora, me detuve en una estación de servicio sin saber dónde estaba. Había conducido hasta llegar a otra provincia. Tuve que llamar a mi pareja para que me recogiera porque me sentía incapaz de volver a coger el volante.

Después de eso, el médico me transfirió a psiquiatría y allí me dijeron que lo que había padecido era un episodio de disociación y que padecía ansiedad y depresión. Me dieron un tratamiento farmacológico y me recomendaron coger la baja, pero lo cierto es que no lo hice. Mi autoexigencia me lo impedía, aunque era evidente que no tardaría demasiado en romperme del todo y venirme abajo…

Sufría acoso laboral por parte de mis compañeros, lo que despertó el trauma que sufrí en mi infancia con el maltrato de mi padre.

chica tratando lo que supone tener depresión
La terapia psicológica es imprescindible tanto para abordar la depresión como el impacto de los despidos improcedentes.

Me despidieron por tener depresión y concluir que no era apta para mi labor

Sé que mi historia no es excepcional, y que es muy probable que más de uno se sienta identificado. Tal vez, por ello vale la pena exponer estas vivencias para poner en colectivo los sufrimientos individuales y sentirnos así menos solos. También más comprendidos. Han pasado tres años desde esta experiencia y es ahora cuando puedo abordarla y hablar de ella con mayor aplomo.

Me contrataron en un departamento de recursos laborales de una gran corporación. El trabajo era estresante, pero llevo casi ocho años en esto, y sé muy bien en qué consiste la dinámica y lo que se nos exige. Reclutamiento de personal, formación, nóminas, etc.

Soy buena en mi labor, aunque no tanto en temas de rencillas internas y acosos entre compañeros. No sabría decir muy bien por qué empezó el mobbing. Podría decir que su origen estuvo en una compañera, a quien llamé la atención por un trato deshumanizado y hasta racista durante un proceso de selección. Después de eso, no solo me convertí en su enemiga, sino que movilizó a otros compañeros del departamento contra mí. Y ahí empezó todo.

Mis compañeros me vieron en una ocasión ir a comprar durante mi baja médica. Comentaron que si ya salía de casa y hacía la compra, era evidente que estaba bien y que todo era una farsa.

Pedir apoyo y denunciar no sirvió de nada

Cuando se comenzaron las dinámicas de acoso y derribo contra mí, pensé en denunciar lo que estaba sufriendo al área de salud laboral de la empresa. Sin embargo, hacerlo era poco más que caer en saco roto. Ese departamento estaba dentro de recursos humanos y lo dirigía uno de los compañeros que también me hacía el vacío y me desautorizaba en cada decisión.

Hablé con el director y con el gerente, me pidieron hacer un informe que, obviamente, no llegó a ningún lado. Fue en ese momento cuando empezó la ansiedad, las noches sin dormir, el estado de alerta y el pánico. Cada mañana, cuando debía ir al trabajo, vomitaba y no podía evitar llegar tarde.

El recuerdo de un trauma del pasado

¿Alguna vez habéis caminado por lago congelado y habéis sentido cómo el suelo crujía bajo vuestros pies? Así me sentía yo. Tenía la sensación de que, de un momento a otro, todo se derrumbaría bajo mi persona y me acabaría ahogando. Porque aquella situación de acoso me hizo despertar esos días de infancia en que mi padre me criticaba, gritaba y maltrataba físicamente. 

Dicha experiencia duró hasta los 5 años, cuando mi madre se separó de él y nos fuimos a vivir con mi abuela. La creí olvidada, sanada, superada del todo. Sin embargo, ahí estaba, como una cicatriz mal cerrada con el dolor dentro.

Casi sin saber cómo, reviví a modo de flashbacks escenas de aquel pasado; todo se me hizo un nudo y un día tuve que ir a urgencias porque creía que estaba sufriendo un infarto. Era un ataque de ansiedad, el primero de otros muchos.

Entre medias tuve mi vivencia disociativa conduciendo el coche sin rumbo y después vino aquella tarde previa a un puente de Semana Santa. Un compañero hizo amago de tocarme los pechos mientras otras compañeras hacían una foto y se reían. Un día después pedí la baja por enfermedad.

Las situaciones de acoso en los entornos laborales deberían estar mejor atendidas. Disponer de un área especializada en las propias empresas podría ayudar a prevenir y abordar estas experiencias tan devastadoras.

Una baja médica que no creyeron

Las enfermedades mentales no se ven, no aparecen en una radiografía ni en un análisis de sangre. El problema de tener depresión es que nadie sabe cuándo la persona se sentirá en condiciones de retomar su trabajo. Y a mí me metían prisa. Mi jefe me envió un mensaje a los quince días comentándome qué día me reincorporaba de nuevo para asignarme las tareas.

En una ocasión, me encontré con una compañera de trabajo en el supermercado. Aquello fue motivo de conversación en el WhatsApp privado de recursos humanos del que, a pesar de haberme eliminado, otra compañera me informó de lo que se había dicho.

“Si va a comprar y coge el coche, es evidente, que ya puede salir de la cama y que está bien. Lo que quiere es cobrar la baja sin hacer nada”. La sociedad sigue pensando que tener depresión implica no poder salir de la cama y estar todo el día a oscuras, sin movernos. No saben que la angustia psicológica no nos impide movernos, vestirnos, comer y hasta reír. Y que lo hagamos no significa que estemos bien.

Mujer mirando hacia abajo triste pensando en lo que supone tener depresión
Sé que mi despido por depresión fue improcedente, pero no tengo ánimos ni fuerzas para iniciar ninguna batalla legal.

El despido, una injusticia y también un alivio

Dos meses después de mi baja por tener depresión, llegó el despido. La razón no fue mi incapacidad temporal, porque, obviamente, en ese caso hubiera sido del todo improcedente. La justificación que daba la empresa era mi bajo rendimiento: llegaba tarde, no cumplía los objetivos, no sabía crear equipo con mis compañeros y estaba siempre distraída.

El despido era casi una acción disciplinaria, para mayor ironía. Me echaban por cara mi conducta previa la baja, como si ello fuera un comportamiento voluntario y no efecto de mi propio problema de salud mental y, sobre todo, del contexto de acoso.

Después de recibir la noticia por burofax, mi pareja pensó en hablar con el sindicato para pedir apoyo legal. Me insistió en que era necesario denunciar la situación que había vivido, pedir justicia y ser reincorporada. Sin embargo, lo último que deseaba era incorporarme a ese escenario laboral. El despido fue un alivio y tampoco tenía fuerza ni ganas de iniciar ninguna disputa legal.

Mi mente no me lo permitía en aquel momento. Tener depresión te deja sin capacidad de reacción. Sin embargo, cuando me recuperé un año después, solo quería pasar página. Ahora lo único que deseo es que, en cada empresa y entorno laboral, se creen departamentos independientes en los que poder acudir en caso de acoso. También áreas especializadas en salud psicológica. De otra forma, experiencias como la mía se repetirán cada día.


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