Midsommar: la pesadilla diurna
Midsommar (Aster, 2019) nos plantea un largometraje de terror plagado de luz y una puesta en escena preciosa de lo más bucólica que contrasta con el salvajismo que unifica el relato. En un idílico pueblo de Suecia, nos sumergimos en las tradiciones más arraigadas que perfectamente podríamos vincular con cualquier secta aterradora, pero todo ello en un entorno de lo más paradisíaco.
Lamentablemente, en los últimos años, aunque hemos encontrado títulos verdaderamente interesantes, parece que buena parte del público presenta cierto hartazgo y rechazo hacia el cine de terror. ¿Está todo inventado? ¿Nos hemos cansado de casas encantadas y fantasmas?
Probablemente, y si pensamos en terror, con casi total seguridad nos vayamos a lo paranormal; cuando, en realidad, lo más aterrador puede encontrarse en lo cotidiano.
El duelo como marco para el terror
Aster, pese a ser un cineasta joven, parece haber dejado claro en sus dos películas que lo suyo es explorar el terror, pero desde una perspectiva muy cercana. En Heriditary (Aster, 2018), abordaba la cuestión acercándose al duelo relacionado con la muerte de un ser querido. Con esta misma premisa, nos presenta a Dani en Midsommar.
Dani es una joven que acaba de perder a su familia de forma trágica y se encuentra traumatizada. Sin embargo, el duelo no se acerca únicamente a la experiencia de la muerte del ser querido, sino a la pérdida de la propia pareja, a la agonía de una relación totalmente tóxica y oxidada.
Tras perder a su familia, se aferra a Christian, su pareja, a pesar de que su relación hace aguas por todas partes. Dani se refugia en una relación completamente tóxica en la que no se siente valorada, pues Christian se muestra indiferente a lo que le sucede.
Las inseguridades y la depresión se hacen patentes en Dani. Resulta muy interesante ver cómo los colores fríos enmarcan esta primera parte de la película en la que conocemos el conflicto interno de la protagonista.
Se acerca el verano y Pelle, uno de los compañeros de Christian, lo invita a él y a otros amigos a la pequeña aldea de Hårga, su lugar de origen.
En la localidad reside una pequeña comuna ancestral que se dispone a celebrar una festividad que se organiza cada 90 años. Un evento que, por supuesto, llamará la atención del resto de estudiantes de antropología, que se sentirán atraídos por sus costumbres y su cultura arraigadas en la endogamia y el pasado. Dani, al enterarse del viaje, le insiste a Christian para ir con ellos y, finalmente, su novio accede a invitarla.
La llegada a la comunidad supone un cambio de tono en el filme; de los colores fríos y oscuros del comienzo pasamos a la luz y las flores del eterno verano sueco. De esta manera, vamos percibiendo cómo la negación de Dani termina por convertirse en la aceptación del conflicto y el distanciamiento con Christian. Los movimientos de cámara y el uso del color nos dan las claves de las emociones de los personajes y terminan por explicar los cambios que se avecinan.
Así, la oscuridad se identifica con la ciudad, con el locus terribilis de Dani, la protagonista. La ciudad equivale al encierro, al lugar que le recuerda todos los fantasmas de su pasado y la atrapa en una relación totalmente tóxica, pero que parece ser el único clavo al que agarrarse.
Por otro lado, Hårga, pese a los horrores que vamos descubriendo, supone una liberación, una catarsis, una especie de locus amoenus engañoso en el que Dani terminará por aceptar la ruptura y llevarla hasta límites totalmente insospechados. Lo bucólico es aterrador, pero resulta totalmente revelador y catártico; mientras la ciudad, lo conocido, no es más que una prisión.
Lo individual frente a lo colectivo
Uno de los puntos a destacar del largometraje es la contraposición que se establece entre lo individual y lo colectivo. Siendo lo individual una representación de las sociedades contemporáneas y de la ciudad actual, mientras lo colectivo se ve reflejado en una comuna cuyas costumbres, pese a resultarnos poco éticas, poseen un fuerte arraigo en lo colectivo.
Los personajes que provienen de la ciudad estadounidense tienen, todos ellos, motivaciones totalmente individuales e incluso observamos enfrentamientos entre ellos. Así lo vemos en la relación de Dani y Christian o cuando Christian decide investigar lo mismo que su compañero Josh.
En contraposición, nos encontramos con los habitantes de Hårga, cuyas motivaciones son exactamente las mismas y las decisiones se toman en sociedad. Hasta el hecho de perder la virginidad es debatido por los ancianos o sabios que autorizan o no que una mujer pueda mantener relaciones con un hombre.
De hecho, el personaje de Pelle, el amigo que los invita, nos muestra que logra empatizar con Dani al contarle que él también perdió a sus padres de forma trágica, pero a diferencia de Dani, ha crecido en una comunidad en la que se ha encontrado a salvo y protegido. Una comunidad que lo ha reconocido como hijo, pese a no serlo biológicamente.
Somos testigos de uno de los principales conflictos a los que se enfrentarán los recién llegados cuando presencian una tradición en la que los más ancianos sacrifican sus vidas. En una sociedad en la que el colectivismo es lo que predomina, lo importante no es el bien a nivel individual, sino colectivo. Por ello, no es de extrañar que, ante el asombro de los “nuevos”, los habitantes de Hårga se empeñen en justificarlo y explicar que se trata de un acto voluntario y de carácter cuasi divino por el bien común.
En definitiva, el filme aborda la cuestión desde diversos puntos de vista. Mientras unos individuos compiten por mantener sus propios intereses, una comunidad ve peligrar sus costumbres sagradas y terminará por desencadenar el horror. Resulta especialmente interesante ver cómo, en la comunidad, todos son partícipes del sentimiento del otro: desde los gemidos de placer, hasta el llanto o el horror ante la muerte.
Midsommar: horror diurno
El filme nos plantea una serie de conflictos (individuales y colectivos) en un marco idílico y bucólico. En un entorno caracterizado por el folclore, nos encontramos en una pesadilla sin salida, pues el día nunca termina.
Mientras el cine de terror, durante décadas, nos ha presentado los males de la noche, Midsommar nos acerca al terror diurno, en el que la oscuridad es prácticamente inexistente y genera en nosotros una sensación de extrañeza.
Esta sensación se ve acentuada por la deformación alucinógena de la realidad. Aster utiliza planos muy largos, amplía el campo enormemente y nos pone en la piel de los personajes al percibir una realidad alterada. Desde su llegada a Hårga, los protagonistas comenzarán a consumir sustancias alucinógenas que les proporcionan en la comunidad y que terminarán por distorsionar su visión y sus sentidos.
Sin embargo, es interesante ver cómo todos ellos, pese a pertenecer a sociedades distintas, sucumben a los encantos de la realidad alterada. Dani, debido a sus traumas, acude todas las noches a Josh en busca de “pastillas para dormir”; es decir, drogas socialmente aceptadas en el individualismo que, únicamente, ayudan a conciliar el sueño.
Por otro lado, se sorprenden e incluso se niegan a consumir algunas de las sustancias naturales que utiliza la comunidad con el mismo fin.
Esta puesta en escena alucinógena se combina con lo bucólico y la música acompaña en todo momento las emociones de los personajes. Bien es cierto que, en algunos momentos, parece sobrar metraje y Aster se recrea enormemente en imágenes, pero resulta interesante el uso del color y de los sonidos para acentuar las sensaciones de los personajes y envolvernos en la atmósfera del lugar.
Todo ello desembocará en la aceptación en medio de un entorno totalmente místico; el personaje de Dani deja a un lado el individualismo para adentrarse en la comunidad y hacer suya la venganza. Pese a lo que pueda parecer, en realidad, Dani nunca ha dejado el individualismo y el final supone una especie de fuego purificador de su alma, pero no alejado de la sed de venganza.
Sin olvidar lo irónico, Aster conjuga un largometraje verdaderamente interesante desde una perspectiva antropológica en el que el horror se encuentra en un lugar totalmente idílico. El filtro de lo horrible, en realidad, depende de los ojos con los que se mire.
Así, Hårga se convierte en una catarsis, en un lugar en el que, en colectividad, la protagonista se dejará llevar por su venganza más individual para liberarse de los fantasmas del pasado.