Profesores, el temario no es lo único importante
Seguro que en alguna ocasión todos hemos conocido a un profesor que logra enemistarse, discutir e incluso retirar la palabra a un alumno al que da clase. Una actitud que deja mucho que desear y que algunas personas denominarían “ponerse a la altura del alumno”. No obstante, existen otro tipo de profesores. Aquellos que entran en clase y leen el temario del libro sin explicar nada o quienes parecen tener siempre prisa y no dejan de decir “No nos va a dar tiempo verlo todo”.
La dinámica es la misma. Un profesor que puede llevarse mejor o peor con los alumnos cuyo único cometido es cumplir la programación didáctica, dar el temario, centrarse en las notas que los alumnos sacan (si es de un notable para arriba mucho mejor) y enviar cantidades excesivas de ejercicios para casa con el objetivo de que los alumnos afiancen conocimientos y aprendan. ¿No falta algo en todo esto?
“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.
-Anónimo-
El temario no es lo único importante
Esas ansias por dar el temario, por cumplir con los objetivos o por dar todo el libro, terminan arrasando con la creatividad de los jóvenes que lejos de aprender, intentan interiorizar, como pueden, toda la cantidad de información que se les brinda. El problema es que al año siguiente no se acordarán de nada o de casi nada.
Esto es algo de lo que muchos profesores se quejan. No obstante, pocos se animan a comprobar si su manera de proceder es la correcta. La importancia que tienen las notas, la poca empatía que se le brinda al alumno, en especial al adolescente, y lo mucho que influye el profesor en sus pupilos, son temas que parece que casi nadie quiere plantearse aún.
Parece que en cuanto entran en clase algunos profesores se olvidan de la parte más humana de todo este proceso. Sobre todo, si tratan con edades delicadas como la adolescencia. No es de extrañar que cuando sale un tema de bullying o de acoso, los profesores se echen las manos a la cabeza y exclamen extrañados “¡No nos habíamos dado cuenta!”. Algo que es totalmente natural, sobre todo cuando los alumnos les resultan indiferentes.
Sin embargo, a pesar de que exista una cierta cantidad de profesores que no son capaces de inspirar y transmitir la pasión que deberían sentir por su trabajo a sus alumnos, sí hay muchos otros que lo logran. He aquí un fragmento del testimonio que Carlos Arroyo escribió en El País el 17 de agosto de 2013:
“El mejor profesor de mi vida fue don Manuel Bello. Fue mi profesor de Literatura en 5º de Bachillerato […]. Él fue quien promovió en mí el gusto y la afición por la lectura. En un entorno casi asfixiante y escasamente pedagógico, como era en aquella época ese colegio, en el que abundaban los aficionados a maestros, que no maestros […], este profesor logró […] motivarme hacia la lectura de una manera natural”
Un alumno puede adorar las matemáticas y terminar odiándolas o amándolas dependiendo del profesor que tenga. Otro, puede que jamás se convierta en escritor, algo que le apasiona, porque se encontró con un profesor de literatura que criticaba negativamente sus escritos. Los profesores influyen en la autoestima de sus alumnos.
Un profesor puede generar cambios en sus alumnos
Al igual que la elección de un refuerzo positivo o negativo influye en el comportamiento de los hijos en casa, en el aula ocurre lo mismo. Si un profesor no cree en sus alumnos y así se lo transmite; si no es capaz de motivarlos, está claro que la situación no mejorará por sí sola. De nada sirve quejarse entonces. Porque el educador tiene un poder que o no quiere utilizar o desconoce.
Todo esto puedo afirmarlo basándome en mi experiencia personal. No solo he sido alumna (algo que muchos profesores olvidan) sino que también he sido profesora de educación secundaria en prácticas. Con mis propios ojos he visto a mi propio tutor de prácticas enemistarse y decirme las siguientes palabras sobre un alumno “Con ese no hay nada que hacer, no abre ni el libro”.
Mi tutor solo veía adolescentes rebeldes, algunos mejores que otros, pero la gran mayoría despistados y unos “niñatos”. Esa visión no coincidía para nada con la mía, pues sin conocerlos aún, yo observaba cómo la mayoría se sentían inseguros, desmotivados, faltos de autoestima y, sin tan siquiera preguntárselo, suponía quienes de ellos tenían problemas en sus hogares.
Curiosamente, cuando tomé el mando de las clases a lo largo de 2 meses, ese alumno en especial que no abría el libro, lo hizo. En ningún momento lo ignoré, ni menos aún le hablé mal. Tampoco le ordené que hiciese algo que no quería, simplemente algo ocurrió.
La manera de llevar la clase, la pasión que transmitía y que hacía que los alumnos quisiesen incluso salir al encerado y hablar delante de los demás provocaron que ese alumno observase cómo trabajaban a gusto sus compañeros. Así que abrió su libro, su libreta por motu proprio y realizó el ejercicio que les había pedido: una redacción.
Mi tutor se quedó con la boca abierta. Dijo que había logrado un imposible. No obstante, solo pensaba en ese alumno en cuya redacción pude comprobar lo que suponía casi con total certeza: vivía en una familia disfuncional. Lamentablemente, no pude continuar ya que mis prácticas se terminaban. Sin embargo, me di cuenta de que es el profesor quien genera un cambio en la actitud del alumno.
“El profesor mediocre, dice. El buen profesor, explica. El profesor superior, demuestra. El gran profesor, inspira”.
-William A. Ward-
Mi tutor me dijo que permitir que los alumnos saliesen al encerado y que representasen algunos ejercicios por grupos era positivo. Pero, a la larga, quitaba una gran cantidad de tiempo para dar el temario. No obstante, yo me pregunté: ¿y qué es más importante? ¿Que el alumno aprenda divirtiéndose, expresándose, exponiéndose ante sus compañeros y realizando una actividad didáctica o reprimir eso solo por dar más temario del cual una ínfima parte interiorizará?
Hace falta un cambio en las aulas. A pesar de que ya hay escuelas que implantan el método Montessori u otras como la escuela barcelonesa Sadako, en la que no hay pupitres individuales, se fomenta el aprendizaje colaborativo y la educación emocional, social y filosófica, la mayoría aún se rigen por el modelo tradicional. Un modelo que no funciona para todos. Porque aunque el temario sea una parte importante, no lo es todo.