¿Cómo pudo llegar a darse el holocausto judío?

¿Cómo pudo llegar a darse el holocausto judío?
Cristina Roda Rivera

Escrito y verificado por la psicóloga Cristina Roda Rivera.

Última actualización: 07 noviembre, 2022

Hay imágenes que son una prueba del nivel de maldad que puede llegar a alcanzar una sociedad. Cualquiera correspondiente a la Alemania nazi en la que aparecen un judío o un grupo de personas de esta religión puede ser un ejemplo perfecto de esta crueldad.

Sin embargo, la pregunta no deja de ser inquietante, ¿qué llevó a una sociedad supuestamente civilizada a apoyar o ignorar tal grado deshumanización? ¿Cómo pudo llegar a darse el holocausto judío?

Puede que no haya mayor cómplice de la inmoralidad que la indiferencia del resto y que esa indiferencia esté amparada por multitud de fenómenos explicados por la psicología.

Ante el horror y la impotencia, hay que establecer estrategias de lucha y explicar la sabiduría extraída de un suceso histórico tan monstruoso e inhumano como este.

Hitler: un hombre profundamente frustrado

Un suceso apasionante para la historia contrafáctica (aquella que habla de lo que pudo haber sido y no fue) es suponer qué hubiera pasado si Adolf Hitler no hubiese sido rechazado por la Escuela de Bellas Artes de Viena en dos ocasiones (en 1907 y 1908). La escuela lo excluyó aludiendo a que el joven adolecía de “ineptitud para la pintura”.

Ese rechazo de una institución, a la que consideraba meritoria y superior, dañó profundamente el ego ya herido de Hitler. Adolf dirigió toda su ira hacia el mundo judío, responsabilizándolos de todas las calamidades de Alemania, e implícitamente de las suyas propias, al considerar que unos usureros y habituales traidores llevaban a la ruina a su raza, la “raza aria”.

Hitler, responsable del genocidio judío

Un discurso basado en el estereotipo, el prejuicio y la discriminación

Podemos decir que Hitler y sus partidarios jugaron bien sus cartas, pero si Alemania no hubiera estado aún pagando el precio por haber perdido la I Guerra Mundial, la historia hubiera sido otra. Un coste que asumió prácticamente la totalidad del país y que suponía que todo el producto del trabajo se destinara a pagar dicha deuda.

Ante la impotencia de la condena, Alemania necesitaba unos culpables de su derrota a los que pudiera vencer, para restaurar parte de su orgullo. Hitler y sus acólitos en su mensaje tenían muy claro a quienes señalar, y la gran mayoría no dudó en masacrar a aquellas personas a las que el partido nazi les había colocado una diana.

El que sería uno de los mayores genocidas de la historia se erigió como héroe y salvador del pueblo en un discurso uniforme, simple y directo. En una campaña de propaganda creada por Joseph Goebbels y que sería clave en el triunfo del nazismo, se idearon 11 principios para explicar a todo el pueblo alemán el problema que existía con el mundo judío.

Una vez más, el poder de la oratoria y el conocimiento del funcionamiento del comportamiento social (distinto al individual) marcaron el curso de la historia. Una vez más, el conocimiento y la inteligencia sirvió al mal, provocando el holocausto judío.

Experimentos que nos ayudan a entender el holocausto judío

En el genocidio se da un perverso proceso de selección de personas en base a criterios como el de raza, religión o creencias políticas; en este caso todo lo que tuviera que ver con el mundo judío. No importa la cantidad, no importan sus vidas, ni tan siquiera importa su sufrimiento, pues cuanto mayor sea este mayor es la supuesta venganza.

Asumir esta maldad es difícil, pero soportar la indiferencia ante este genocidio es aún más insoportable. ¿Cómo pudo darse lugar la tortura, hacinamiento y muerte sistemática de millones de personas dentro de la vieja Europa? Una Europa que, en teoría, había luchado durante los siglos anteriores por la libertad y en la que la ilustración y la cultura parecían haber triunfado.

La deshumanización en un ambiente extremo y hostil

Campo de concentracion

Philip Zimbardo diseñó un experimento para estudiar la influencia del ambiente en el comportamiento del individuo. Muchas personas que habían actuado como carceleras a las que se le había preguntado, después de que perdieran la guerra, por qué lo hicieron, respondieron que simplemente obedecían órdenes.

Dicho de otra manera, ellas tenían la conciencia de que simplemente ejercían su rol, sin preguntarse si aquello estaba bien o mal.

Para entender cómo era esto posible, Zimbardo seleccionó a 24 universitarios voluntarios y los dividió en dos grupos. Ambos iban a vivir en una cárcel simulada, pero con una diferencia sutil: los miembros de uno de los grupos iban a ser los carceleros y los miembros del otro grupo iban a ser los prisioneros.

No habían pasado ni dos días, cuando en el grupo de guardias se empezaron a observar conductas de humillación hacia compañeros que no les habían hecho nada. Así, aquellas conductas se generalizaron tanto y fueron tan degradantes que el experimento duró apenas una semana, cuando se había programado para dos.

Zimbardo consiguió, simplemente otorgando un rol, que universitarios normales en menos de una semana se convirtieran en auténticos torturadores. Imaginaros lo que pudieron hacer los carceleros nazis con personas a las que no consideraban tal, porque simplemente tenían asignado un número en vez de un nombre, y a las que se les consideraba las culpables de su desgracia.

Este experimento demostró que ante una situación extrema y con un exceso de poder cualquiera de nosotros podemos mostrar conductas indeseables ante los demás, algo parecido a lo que sucedió en los campos de concentración nazis con los guardias y los presos.

El sometimiento ciego a la autoridad

Stanley Milgram también se interesó por lo sucedido durante el holocausto judío y también se preguntó cómo se había producido una obediencia ciega a las inhumanas propuestas de los dirigentes nazis por parte de soldados alemanes que nunca habían mostrado una conducta violenta.

En el experimento de Milgram existían tres figuras, dos “compinchadas” y otra era el sujeto experimental. El marco era el siguiente: un supuesto experimentador había ideado un experimento que pretendía comprobar la eficacia de los castigos en el aprendizaje. Dichos castigos eran supuestas descargas dadas a través de una máquina y el objetivo real de experimento, por supuesto, falso.

Sin embargo, con esta excusa le pedía a diferentes sujetos experimentales, que se habían presentado como voluntarios, que castigaran a un “compinche” del propio experimentador cada vez que fallara a unas preguntas que tenían que irle haciendo.

El experimentador, para comprobar la supuesta tesis, le pedía a los voluntarios que fueran incrementando el voltaje de la descarga de castigo, de manera paulatina, cada vez que los aprendices fallaran.

Estos aprendices, por supuesto, eran buenos actores y cada vez que el voluntario le daba una supuesta descarga de un voltaje mayor gritaban y se retorcían más. De esta manera, los voluntarios llegaron a dar descargas de un voltaje que hubiera terminado con la vida de los aprendices.

¿Cómo fue posible que sujetos normales terminaran matando a personas contra las que no tenían nada? Simplemente, porque el hecho de que hubiera una figura a la que consideraban de autoridad -el experimentador- había hecho que anularan su ética personal. Por otro lado, muchos también dijeron que habían firmado un compromiso al principio del experimento de no abandonarlo y esto es lo que cumplieron.

Finamente, el voltaje de las descargas iba subiendo de manera gradual, de forma que quizás muchos de los que llegaron a la descarga de voltaje más alto no la hubieran dado si hubiera sido única. Sin embargo, en la escala, esta descarga solo era un poco más fuerte que la anterior.

Así, muchos alemanes también sellaron su compromiso con la causa, al principio, la crueldad del nazismo no era tan grande. Por otro lado, también se deshicieron de su ética personal para supeditarse a la de sus superiores, personas a las que de alguna forma, como le experimentador en el experimento de Milgran, también eran consideradas figuras de autoridad.

La indefensión aprendida de los presos judíos

 

Martin Seligman quiso estudiar cómo era posible que hubiera sucedido el holocausto judío, ya que los cautivos en campos de concentración eran muy superiores en número a sus carceleros y una revolución bien planteada y organizada hubiera evitado que continuara el genocidio.

Seligman en su experimento exponía a dos perros encerrados en grandes jaulas a descargas eléctricas ocasionales. Uno de los animales tenía la posibilidad de accionar una palanca con el hocico para detener esa descarga, mientras el otro animal no tenía medios para evitar esta descarga.

Cuando a este segundo grupo de perros sí se les dio la oportunidad de escapar de las descargas, los animales permanecieron quietos sin mostrar ningún tipo de respuesta. Este estado de inactividad se explicó por el fenómeno de la indefensión aprendida.

La indefensión aprendida consiste precisamente en un estado en el que el sujeto no intenta escapar ni evitar los estímulos aversivos -en este caso eran las descargas, pero podría tratarse de cualquier otro- aunque tenga la oportunidad de hacerlo. La experiencia previa les ha enseñado que hagan lo que hagan, no pueden evitar lo que les está sucediendo.


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