Cánones de belleza: qué son y cómo han cambiado en el tiempo

Desde la Grecia clásica hasta la actualidad, los cánones de belleza han evolucionado y moldeado nuestra forma de ver el mundo. Hoy, el ideal de lo bello busca abrirse a la diversidad.
Cánones de belleza: qué son y cómo han cambiado en el tiempo

Escrito por Gabriela Matamoros

Última actualización: 21 noviembre, 2024

¿Alguna vez pensaste que siempre se ha valorado a los más delgados, altos y de piel y ojos claros? Te sorprendería descubrir que esto no siempre fue así. No existe un único canon de belleza; estos han cambiado de formas inesperadas, y lo que en una época se consideraba atractivo, hoy podría parecer sorprendente.

Explorar la evolución de estos ideales nos permite entender mejor cómo percibimos la estética en la actualidad y por qué ciertos rasgos siguen teniendo tanto peso en nuestra sociedad. ¿Despertó tu curiosidad? ¡Te contamos más!

¿Qué son los cánones de belleza?

Los cánones de belleza son los modelos estéticos que una sociedad establece como ideales. Estas normas abarcan un conjunto de características físicas que se consideran deseables o atractivas en una persona; desde la forma del cuerpo, las proporciones faciales, la altura, el peso, hasta detalles como la textura de la piel o el color de los ojos.

No se trata de tendencias pasajeras, sino que reflejan valores culturales profundos y simbolizan lo que se percibe como saludable, armonioso o exitoso en un contexto social y profesional.

A lo largo del tiempo, estos patrones se han transmitido a través del arte, la moda, los medios de comunicación y, hoy en día, las redes sociales, creando una cultura visual que impacta las aspiraciones colectivas.

Estos estándares guían las prácticas estéticas cotidianas y las aspiraciones personales, desde la elección de vestimenta y los productos de embellecimiento, hasta las decisiones sobre cuidado físico. Así, se convierten en una referencia constante en la vida de las personas, influyendo en sus decisiones y en cómo presentan su imagen al mundo.



Evolución de los cánones de belleza a través del tiempo

Línea de tiempo con la evolución de los cánones de belleza
Los estándares de belleza actuales contemplan características orientadas a la inclusión.

Comprender la evolución de un canon de belleza no solo nos brinda una perspectiva histórica sobre nuestra relación con la imagen, sino que también nos invita a cuestionar los estándares actuales y a valorar la diversidad que surge con cada época. Al ver cómo los ideales cambiaron y se adaptaron, es posible liberarnos de la idea de una única forma de lo bello y abrir la puerta a una visión más inclusiva.

Belleza en la Antigüedad

En la Antigüedad, ser bello era visto como un don otorgado por los dioses; un exterior perfecto indicaba perfección interior. La belleza en Egipto, idealizaba a una mujer sin vello corporal, alta, esbelta y de piel tersa, con rasgos infantiles como caderas estrechas. Los ojos almendrados, nariz recta y labios llenos completaban este canon. Para los hombres, el estándar era un cuerpo atlético y musculoso, con hombros anchos y complexión fuerte, reflejando vitalidad.

Grecia valoraba la armonía física como símbolo de virtud. Esta civilización impuso que los hombres tuvieran cuerpos fornidos, con brazos y abdominales esculpidos. Además, labios carnosos y mejillas bien definidas. Las mujeres eran idealizadas con caderas anchas, brazos blanqueados y rostros serenos. Una figura robusta simbolizaba riqueza y prosperidad, y se asociaba con la bendición de Afrodita. El cabello largo y ondulado, preferentemente rojizo, formaba parte del ideal femenino.

Por su parte, Roma adoptó ideales como la piel clara, el cabello dorado o castaño, la nariz pequeña y piernas torneadas. Los frescos muestran mujeres de caderas anchas y pechos pequeños, adornadas con accesorios y joyas. El canon masculino, influenciado por la figura del guerrero, buscaba cuerpos fuertes, delgados y de complexión musculosa. Con la llegada del Imperio, el cabello corto se convirtió en una norma entre los varones.

Belleza en la Edad Moderna

Ya para la Edad Moderna, los cánones de belleza se vieron influenciados por el arte y la idealización de la figura humana. Durante el Renacimiento, el ideal femenino destacaba cuerpos curvilíneos con caderas anchas, piel clara, mejillas sonrosadas y cabello rubio. Al igual que en la Edad Media, se esperaba que las mujeres cuidaran su apariencia para agradar a los hombres, considerándose casi un deber.

El ideal masculino renacentista, por otro lado, valoraba un cuerpo atlético que reflejara inteligencia y carácter, con una musculatura moderada, barba y cabello bien cuidados, proyectando nobleza y elegancia.

Con la llegada de otras corrientes artísticas, como el Barroco, este ideal se volvió más exuberante. Las mujeres de cuerpos voluptuosos y rostros redondeados eran el canon predominante, y comenzaron a pintarse lunares en el rostro, pues eran considerados símbolos de sensualidad. La piel clara también era deseable en los hombres, quienes usaban polvos faciales para lograr un tono uniforme. El cabello largo y rizado se convirtió en un elemento esencial de su apariencia.

Siglo XIX: la era victoriana

En la época victoriana, las mujeres aspiraban a una apariencia de piel muy pálida y un rostro con aire frágil, ojos grandes y llorosos. Para lograrlo, consumían vinagre y aplicaban belladona en sus ojos, con el fin de lucir enfermizas y enrojecer la mirada. Además, se buscaba una figura esbelta y delicada, con cinturas muy finas, logradas con corsés ajustados. Era común el uso de aceites para mantener el cabello largo y brillante, y lo llevaban recogido en peinados con bucles y trenzas.

El ideal masculino estaba influenciado por la figura del poeta romántico. Se valoraban hombres delgados, de tez pálida y apariencia melancólica. El cabello largo y los bigotes o barbas suaves completaban el estilo, proyectando intelectualidad y sensibilidad.

Los ideales estéticos del siglo XX

A principios del siglo XX, los ideales de belleza se centraban en la elegancia y en una figura femenina curvilínea, con cintura estrecha y caderas y busto prominentes, logrado con corsés que formaban un cuerpo de reloj de arena. Los hombres, por su parte, proyectaban una imagen delgada y pulida, con el rostro bien afeitado o un bigote grueso.

Tiempo después, los boyantes años 20, propusieron una figura femenina más andrógina, típica del estilo flapper. Mientras, los hombres mantenían el físico esbelto y elegancia en el peinado y el bigote fino. En los años 30, este ideal cambió; aunque la delgadez se esperaba en las mujeres, se deseaba una cintura marcada y los pómulos definidos.

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad era más consciente del cuerpo. En 1940, las mujeres comenzaron a vigilar su alimentación y a tonificar brazos y piernas, porque la ropa destacaba estas áreas; mientras que los hombres, por el auge del fitness, valoraban la musculatura. También llevaban el cabello corto y la cara afeitada, con el fin de proyectar seriedad.

A medida que el conflicto terminó y la economía se recuperó, en 1950, regresó el glamour. Así se impulsó una figura femenina voluptuosa y curvilínea, resaltando nuevamente la silueta de reloj de arena. Los hombres buscaban una apariencia pulcra, con hombros anchos y estatura alta que proyectara seguridad, sin tanta presión por la musculatura.

Los movimientos sociales y la transformación de los roles de género de las décadas de 1960 y 1970 modificaron los cánones. Los hombres adoptaron una estética juvenil e informal inspirada en el rock, con cabello más largo y menor énfasis en la musculatura, aunque el culturismo ganó fuerza hacia el final de los 70, popularizando cuerpos más marcados. Para las mujeres, el ideal consistía en un cuerpo delgado, con pecho plano y caderas estrechas, similar a una preadolescente.

En los años 80, el fisicoculturismo y el auge de las supermodelos consolidaron un ideal de cuerpos atléticos y tonificados para ambos géneros. En los 90, el modelaje promovió la delgadez extrema, pómulos marcados y senos grandes en las mujeres; en tanto los hombres preferían un físico definido, pero sin exceso de musculatura.

Belleza en el siglo XXI

Con la llegada del nuevo milenio, el ideal femenino seguía centrado en la figura de reloj de arena, pechos grandes y cinturas estrechas. La piel bronceada y el cabello largo hicieron parte de este ideal de belleza. Para los hombres, los abdominales marcados se volvieron una obsesión. Además, preferían la barba de pocos días o estilo goatee.

En la década de 2010, la figura curvilínea femenina ganó popularidad, con énfasis en caderas amplias y glúteos voluminosos. La piel sin imperfecciones también se transformó en un estándar. En cuanto a los hombres, el físico atlético continuó siendo el ideal, y la barba bien cuidada se consolidó como símbolo de estilo y masculinidad.

En los años recientes, el concepto de belleza comenzó a abrirse a una mayor diversidad de etnias, tallas y características únicas, como el vitíligo, las canas, las arrugas y la discapacidad. Sin embargo, ciertos ideales siguen ejerciendo presión en redes sociales, como una piel sin poros, labios carnosos, narices finas y cuerpos tonificados. Todos provienen de las estéticas que promueven tiktokers y la industria del entretenimiento surcoreano.

A pesar de tales desafíos, la industria de la moda y la belleza avanza hacia una cultura más inclusiva, celebrando la autenticidad y representando la diversidad en revistas y pasarelas internacionales.

El impacto de los cánones de belleza en hombres y mujeres

Al definir qué es «deseable», los cánones crean una referencia que puede influir en cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo creemos que deberíamos ser. Sin embargo, al intentar encajar en estos modelos, podemos sentir presión y desarrollar inseguridades. A continuación, repasamos algunas de las consecuencias de estos ideales en nuestra sociedad:

  • Influencian la salud mental: las comparaciones constantes y el descontento corporal afectan el bienestar mental, incrementando la autolesión y el deseo de autoeliminación o pensamientos suicidas.
  • Se relacionan con síntomas de depresión y ansiedad: según una publicación de International Journal of Culture and Mental Health, esto se debe a la búsqueda del perfeccionismo físico y la insatisfacción corporal.
  • Fomentan la dismorfia corporal: este trastorno se caracteriza por una percepción exagerada de defectos en la apariencia, lo que puede llevar a comportamientos obsesivos, como mirarse constantemente al espejo o evitar eventos sociales.
  • Generan emociones negativas: la presión por cumplir con estos estándares podría conducir a una baja autoestima y vergüenza por el físico. También es posible que esta presión desencadene odio hacia sí mismo al no sentirse «suficiente», según las normas sociales.
  • Popularizan las cirugías plásticas: en 2020, se realizaron más de 15,6 millones. La rinoplastia, cirugía de párpados, aumento de senos, estiramientos faciales, inyecciones de labios, liposucción y levantamiento de glúteos, son los procedimientos más comunes.
  • Promocionan trastornos alimentarios: tales estándares tienden a fomentar en algunas personas la obsesión por adelgazar mediante dietas peligrosas y métodos extremos. Esto también fue evidente en los años 70 y 80, cuando la preocupación malsana por la apariencia disparó los casos de anorexia y bulimia.


El valor de ser único

Este recorrido por la evolución de los cánones de belleza nos deja una valiosa reflexión: más allá de perseguir ideales inalcanzables, podemos aprender a valorar nuestra singularidad y autenticidad, entendiendo que la diversidad enriquece nuestra percepción de lo bello. Esta apertura no surge de la nada; es producto de una demanda social cada vez más visible en redes y en movimientos como el body positive y el skin positive.

Sabemos que puede ser difícil enfrentar la avalancha de imágenes que consumimos a diario. Pero hay algo esencial que debes recordar: cada célula de tu cuerpo cuenta una historia única, y esa historia es suficiente… No necesitas encajar en un molde para que te acepten.

Al final, entender estos ideales impuestos nos libera y nos permite abrazar la belleza desde nuestra propia perspectiva, sin que ninguna tendencia pasajera defina nuestro valor.


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