Quentin Tarantino, la estética de la violencia
Quentin Tarantino es uno de esos directores que ha logrado crear su propia marca, su sello de identidad personal. Cuando vemos una de sus películas, sabemos perfectamente qué nos vamos a encontrar: violencia, música, actores fetiche, primeros planos de pies femeninos, escenas grabadas desde el maletero, abundantes homenajes, etc. Una mezcla de aspectos que le gustan al director, desde homenajes a cineastas de la talla de Alfred Hitchcock hasta películas de kung fu, cine B y spaghetti western e incluso Los Picapiedra.
Tarantino hace lo que quiere, realiza cameos, juega con el color, recicla planos, reinventa escenas… y lo mezcla todo hasta dar con lo que iba buscando. Muchos podrán acusarle de plagio, pero debemos preguntarnos si es correcto hablar de plagio cuando se trata de algo totalmente reconocido y la intención del autor es, precisamente, la de trasladar una escena a otra película, a otro contexto, construyendo algo completamente distinto.
Todos, absolutamente todos, bebemos de nuestros gustos e influencias y, a la hora de crear algo totalmente novedoso en pleno siglo XXI, seguramente, recurriremos a citar o reinventaremos algo que ya se ha hecho con anterioridad.
No cabe duda de que Tarantino necesita sus influencias para construir sus películas porque, ante todo, es un gran cinéfilo. En más de una ocasión, ha señalado que, para hacer buen cine, no es necesario ir a ninguna escuela, sencillamente, tiene que existir una verdadera pasión por lo que se está haciendo. De la pasión nace el cine, nacen sus películas y los inolvidables baños en salsa de tomate a los que nos somete. Y, en este punto, cabe preguntarse: ¿por qué nos gusta tanto la violencia? ¿Qué tiene el cine de Tarantino que lo hace tan especial?
Las claves de su cine
A pesar de no poseer formación como cineasta, su amor por el cine lo condujo hacia la dirección. Tarantino tomó clases de interpretación y trabajó en un videoclub, lugar que él mismo ha citado como fuente de inspiración. Entre amigos y con la intención de hacer una película sencilla, surgió Reservoir Dogs, o mejor dicho, lo que iba a ser Reservoir Dogs. Tarantino no veía posible realizar una película de verdad en aquel momento, por lo que pensaba conformarse con una producción económica y entre amigos. Sin embargo, el productor Lawrence Bender leyó su guion y le propuso convertirlo en la cinta que hoy conocemos.
Tarantino acababa de crear toda una seña de identidad que le consagraría como director y le llevaría a cosechar infinidad de éxitos y aplausos en el futuro. En cuanto al plagio, Taratino reutiliza sus fuentes de inspiración dándoles un nuevo significado, situándolas en un nuevo marco y creando algo nuevo y original a partir de ellas. No oculta sus fuentes de inspiración, sino que las eleva, les rinde homenaje y se las muestra al público. Así, tenemos, por ejemplo: la famosa escena de baile de Pulp Fiction extraída de 8 1/2 de Fellini o el traje de Uma Thurman en Kill Bill que nos recuerda enormemente a Bruce Lee.
Ver una cinta de Tarantino resulta un auténtico ejercicio de intertextualidad. Sus películas poseen argumento e identidad propias, pero se encuentran plagadas de alusiones y referencias. Con Pulp Fiction (1994), Tarantino terminó de consagrarse como director y guionista, llamó la atención del público y de la crítica y obtuvo su primer Óscar al mejor guion original.
Otros títulos como: Jackie Brown (1997), Malditos Bastardos (2009) o Kill Bill (2003) terminarían de fundar la marca Tarantino. Finalmente, sus últimos filmes han supuesto toda una declaración de amor a un género muy olvidado en la actualidad: el spaghettiwestern; con Django Desencadenado (2012) y Los odiosos ocho (2015) recupera la esencia del género y de cineastas como Sergio Leone, además de la figura de Ennio Morricone, compositor de algunas de las bandas sonoras más reconocibles del cine. Actualmente, Tarantino está preparando una nueva película y ha manifestado que su filmografía se compondrá, únicamente, de diez películas.
La música es otro pilar sobre el que se construye su cine, el propio director se encarga de escoger personalmente la banda sonora. Por ello, nos encontramos, una vez más, ante una gran mezcla de influencias y estilos. Aunque estemos en la Francia ocupada por los nazis, Tarantino nos deleita con un cine que arde al ritmo de Cat People de David Bowie. A Tarantino no le importan demasiado los anacronismos, él mismo hace que las piezas del puzle terminen encajando.
Tarantino y el gusto por la violencia
Si algo define el cine de Quentin Tarantino es la violencia. Una violencia totalmente explícita, baños en sangre que, a veces, rozan el absurdo y conducen a la risa. No nos importa demasiado si un personaje muere o vive, pues la verdad es que hay pocos con los que empatizar realmente, un buen ejemplo de esto lo encontraríamos en Los odiosos ocho. Cuando acudimos a ver una cinta de Tarantino, no esperamos encontrar personajes entrañables ni que permanezcan demasiado tiempo con vida en la pantalla, acudimos a ver sangre, violencia y a reírnos con ella.
La música, junto a su narración desordenada y una violencia explícita que resulta incluso bella, nos brinda escenas que, lejos de disgustarnos, nos encantan. La famosa escena del corte de oreja en Reservoir Dogs, por ejemplo, se encuentra amenizada por música y baile y, a su vez, se trata de una “réplica” de una escena de la película Django (Corbucci, 1966). De este modo, la violencia deja de ser incómoda y se convierte en objeto de deleite.
¿Puede la violencia ser algo divertido? ¿Dónde está el límite? En este punto, Tarantino ha citado en diversas ocasiones que su cine no es más que una fantasía, una ficción con la que disfrutar. No debemos cuestionar si esa violencia es moral o no, debemos, sencillamente, disfrutarla. Una violencia que, amenizada por la música y cargada de juegos de contraste, resulta atractiva, estética. No es lo mismo ver una película en la que la violencia se representa como una realidad, de forma muy cruda, a ver una cinta en la que la violencia no es más que la excusa para el entretenimiento.
Tarantino, además, ha aludido a las cintas de kung fu en las que la violencia también está presente y nadie cuestiona su moralidad, pues son puro entretenimiento. Ante una cinta de violencia cruda, injusta o real como La Pasión (Mel Gibson, 2004), El Experimento (Oliver Hirschbiegel, 2001) o Irreversible (Gaspar Noé, 2002), seguramente, no sentiremos placer alguno, sino todo lo contrario: incomodidad. Algo que no ocurre al ver una cinta de directores como Martin Scorsese o Quentin Tarantino, donde la violencia es más una catarsis, una liberación y purificación a través de las imágenes.
Esto no es algo nuevo, sino que ya lo apuntó Aristóteles en su Poética, donde realizó un profundo análisis de la tragedia griega y todo lo que ella suponía. ¿Por qué los griegos acudían a ver representaciones en las que la violencia o el incesto aparecían en escena? Precisamente, porque se trataban de temas tabú en la sociedad, de pasiones que viven en el ser humano y que son reprimidas por su inmoralidad. De este modo, al acudir a un espectáculo del estilo, se produce la catarsis, es decir, la purificación de las emociones.
Esta cuestión la desarrollarían con posterioridad algunos autores psicoanalíticos como Freud. Por ello, el gusto por la violencia parece que no es algo exclusivo de la contemporaneidad, ni del cine, sino que se trata de algo que siempre ha estado vinculado a los humanos; algo que, de un modo u otro, hemos tratado de plasmar en el arte. Tarantino siempre nos recuerda que su cine no es más que una fantasía, no es real y, por eso, nos gusta tanto. Es una catarsis, un juego con nuestro propio subconsciente, con las pasiones y las emociones; y, sin duda, es un cine para disfrutar.
“No fui a ninguna escuela de cine, solo fui al cine”.
-Quentin Tarantino-
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- Corral, J.M., (2013): Quentin Tarantino, glorioso bastardo. Palma de Mallorca, Dolmen.
- Serrano Álvarez, A., (2014): El cine de Quentin Tarantino. Caracas, Universidad Católica Andrés Bello.