¿Se puede odiar a la persona que amamos?
Odiar a la persona que amamos es, entre comillas, normal. Recordemos que lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. El odio y el amor son dos sentimientos que, por extremos en intensidad, se tocan.
Por otro lado, pensemos que solamente las máquinas son cien por ciento consistentes y obedientes. Si se oprime un botón, hace lo que uno les pide, porque su propia naturaleza les impide procesar de otra manera la orden que se les da. Ni tienen elección ni alternativa.
Los seres humanos, en cambio, procesamos todos los estímulos que provienen del exterior y el interior. Hay muchos factores que inciden para que no todos los días pensemos y sintamos de la misma forma. Aunque nos movemos en el marco de ciertos parámetros que son básicamente estables, siempre estamos cambiando en alguna medida. Por eso es posible odiar a la persona que amamos.
“Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, a diferencia de las personas, que son incapaces de amar y siempre tienen que mezclar amor y odio”.
-Sigmund Freud-
El amor y el odio, dos caras de la misma moneda
El ser humano rara vez experimenta los sentimientos y las emociones de manera pura. Incluso el amor más tierno y evolucionado puede dejar, en un momento determinado, un espacio para el odio. Incluso las madres más solícitas, por ejemplo, pueden llegar a experimentar en algún momento un rechazo por los hijos que tanto aman.
Podemos llegar a odiar a la persona que amamos, porque el amor y el odio comparten parte de su sustrato. Los avances neurocientíficos en el estudio del amor y el odio nos han señalado que algunas estructuras corticales y subcorticales que se activan para el odio también lo hacen cuando estamos enamorados.
Empleando resonancia magnética funcional, Zeki y Romaya (2008) estudiaron a 17 personas que profesaban odio hacia alguien. Lo que ambos observaron fue que estructuras como el putamen y la ínsula se activaban tanto para estímulos asociados con el odio como para aquellos relacionados con el amor romántico.
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Ese material es lo que nos permite hablar de un territorio compartido , una interdependencia emocional en la que lo que hace ese otro influye sobre nosotros. Lo que hace nos afecta para bien o para mal. Somos particularmente sensibles a sus acciones.
Por lo tanto, cuando el ser amado responde a nuestras expectativas, predominan los sentimientos de afabilidad, proximidad y predisposición positiva. Por el contrario, si lo que hace esa persona nos lastima, puede aparecer un sentimiento de odio. No necesariamente se trata de un odio visceral y destructivo, sino de un rechazo profundo a sus acciones, en donde se mezclan la ira y la tristeza. De ahí que, por extensión, podamos llegar a odiar a la persona que amamos.
Fallamos y nos fallan
Si de algo pecamos en el amor es de idealismo. Muchas miradas lo perciben como un sentimiento casi sobrehumano, en el que no hay cabida para contradicciones o emociones negativas. En la práctica, descubrimos que no es así. Todo lo humano es paradójico (es en sí mismo un entrando de paradojas). Somos inteligentes y torpes, valientes y miedosos, maduros e infantiles. Predominan ciertos rasgos, pero estos no excluyen los demás.
Ni siquiera el amor que sentimos por nosotros mismos es totalmente estable. A veces también nos odiamos un poquito. Puede suceder cuando nos damos cuenta de que cometimos un error y sentimos remordimiento. O cuando nos dejamos llevar por impulsos y hacemos algo que cabalmente no hubiéramos hecho.
Le fallamos a las personas que queremos y ellas también nos fallan a nosotros. No siempre son fallos pequeños, sino que en algunas ocasiones tienen que ver con asuntos muy importantes y trascendentales. Se puede odiar a la persona que amamos porque ningún afecto está exento de ese tipo de contradicciones.
Odiar a la persona que amamos
Todo gran amor deja sus cicatrices, igual que la infancia . De hecho, el equilibrio en el amor rara vez llega antes que ese momento en el que lo enfrentado aprende a convivir. Esa es la dinámica de esos afectos intensos. Se llega a odiar a la persona que amamos, pero también se reconstruye el afecto y se equilibra. El amor auténtico incluye siempre esos procesos.
Cada uno de nosotros tiene un margen para ser mejor. Por otro lado, todos albergamos una parte odiosa. Intolerancias, conformismos, titubeos o egoísmos que jamás se pueden superar del todo. Eso no nos hace mejores o peores, simplemente habla de nuestra naturaleza.
Para terminar, no hay que temer esos sentimientos de odio que a veces aparecen en el amor: no hay necesariamente una patología. Tampoco significan necesariamente que el afecto se haya deteriorado, ni que seamos unos monstruos incoherentes y malvados. Es más saludable aceptar que a veces odiamos a quienes amamos y que esto se debe procesar para que no se torne destructivo. Cuando el amor es genuino, el odio se vuelve transitorio y apenas deja huellas.
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