Te doy mis ojos, retratando la violencia de género
Un tema tan duro, tan desagradable y, a la vez, tan común, no es fácil de retratar. La violencia de género, por desgracia, sigue cobrándose numerosas vidas todavía en 2018; y no me refiero a cobrarse vidas en sentido literal, que también, sino a despojar a su víctima de toda calidad de vida, de toda posibilidad de vivir plenamente. Icíar Bollaín plasmó, de la forma más natural posible, las secuelas, consecuencias y el trasfondo de este tipo de violencia en la película Te doy mis ojos (2003).
Bollaín se caracteriza por un cine que pretende ser un fiel reflejo de la realidad, un cine natural, cuyos personajes están sacados de nuestra realidad más cotidiana; desde el lenguaje, hasta el vestuario, los gestos y los escenarios… todo lo que refleja en su cine está cargado de un realismo abrumador.
La directora, además de reivindicar en infinidad de ocasiones lo necesaria que es la presencia de las mujeres tras las cámaras, también ha expuesto que, para ella, el cine es una vía hacia el cambio, una puerta que se nos abre para tratar de mejorar lo que está mal en la sociedad.
Te doy mis ojos cuenta la historia de Pilar, una mujer que huye con su hijo a casa de su hermana. Huye harta de la situación que vive junto a su marido, Antonio, quien la maltrata tanto en el plano físico como en el psicológico.
Pilar conseguirá un empleo en la iglesia que alberga el cuadro El entierro del Conde Orgaz como cajera. Allí, entablará relación con algunas compañeras de trabajo y comenzará a interesarse por el arte. Paralelamente, Antonio acudirá a unas sesiones que le ayudarán a controlar su ira y tratará de recuperar a su mujer.
Lo interesante de la cinta es la forma en la que aborda el problema, la naturalidad con la que se trata a cada personaje y los diversos puntos de vista que nos presenta. Es muy fácil juzgar a la víctima cuando no se conocen las circunstancias que la rodean, es muy fácil decir “déjalo o aléjate de él porque no te conviene”. Sin embargo, ya no parece tan sencillo cuando este maltrato ha dejado a la víctima en un estado de confusión, de pérdida de la identidad y de la autoestima.
Te doy mis ojos nos permite reflexionar sobre la violencia de género, sobre el trato que le damos en la sociedad, la situación de la víctima, pero también la del maltratador. Icíar Bollaín nos propone este drama que pretende ser una toma de conciencia, un paso hacia el cambio, hacia una sociedad mejor y más igualitaria.
Género y sociedad
La violencia de género no tiene porqué ser física ni estar vinculada exclusivamente al ámbito doméstico. La violencia de género, como su propio nombre indica, es la ejercida sobre otra persona por cuestión de género; es decir, dejando entrever la “superioridad” de un género sobre otro. Solemos asociarla a la violencia sobre las mujeres, pero tampoco debemos excluir los ataques de homofobia o transfobia, profundamente ligados a esta supuesta “superioridad”.
La violencia tampoco ha de ser física, puede ser psicológica, y siembra en la víctima una fuerte sensación de inseguridad, de miedo y de falta de autoestima. Además, resulta mucho más difícil salir de ella si quien ejerce esta violencia es nuestra pareja o una persona en la que confiamos, tal y como le ocurre a Pilar en la cinta.
El sistema patriarcal ha hecho que se vea a la mujer como el “sexo débil”, definición que, hasta hace poco, seguía aceptando la RAE.
Este sistema sigue todavía muy asentado y es que, a pesar de que la RAE ya ha eliminado esta acepción, solo tenemos que echar un pequeño vistazo a las definiciones que todavía hoy sigue dando de hombre y mujer. En el primer caso, encontramos apartados como: “hombre bueno” u “hombre de capa y espada”; en el segundo: “mujer mundana”, “mujer de la calle” o “mujer fatal”, entre otros.
Es decir, todavía seguimos encontrando que el término mujer tiene connotaciones peyorativas frente al término hombre. Esta idea de lo masculino que representa lo fuerte, la virilidad, la valentía… ha hecho que nuestra sociedad se edifique de acuerdo a estas afirmaciones, sin cuestionarnos si son ciertas. Así, en la película Te doy mis ojos, vemos como la propia madre de Pilar, a pesar de haber visto huir a su hija, le dice que una mujer no es nada sin un hombre, que debe volver junto a su marido porque es su deber.
Igualmente, los hombres que acuden a terapia junto a Antonio tampoco se cuestionan la gravedad de sus actos; ellos son quienes trabajan, quienes llevan el dinero al hogar y, por tanto, sus mujeres deben estar vinculadas a las tareas domésticas, deben obedecer y aceptar siempre sus condiciones. Estos hombres que refleja Te doy mis ojos son fruto de infinidad de generaciones que han sido criadas en el machismo más asentado; en sus casas, eran sus madres y hermanas las que hacían todo lo que ordenaba el hombre, eran las encargadas del hogar y de la familia.
Te doy mis ojos, la evolución de la mujer
Con el paso del tiempo, la mujer ha ido logrando hacerse hueco en el mundo laboral y, así, lograr (en parte) su independencia. Con la independencia se logra también la división de tareas, pero resulta muy difícil cambiar la mentalidad de toda una serie de generaciones. Pilar ha visto en su propia casa cómo su madre era víctima de este sistema, cómo hacía todo lo que se suponía que debía hacer una “mujer de bien”: casarse por la iglesia, tener hijos y quedarse en casa para cuidarlos.
Su hermana Ana, por el contrario, posee un carácter más crítico hacia este modelo social, siendo capaz de ver el sufrimiento y la injusticia que vive su hermana, los errores de su difunto padre y logrando crear una relación sana e igualitaria con su pareja.
El marido de Ana representa “la nueva realidad masculina”, un hombre que colabora en las tareas del hogar y que trata a su mujer como a un igual. Todo esto contrasta con el fuerte carácter conservador de su madre y con Pilar, cuya autoestima ha sido completamente dinamitada y es incapaz de imaginar una vida sin Antonio.
Gracias al trabajo en el museo, Pilar descubre el arte, que supondrá una vía de escape, un desahogo y una esperanza. Comenzará a interesarse por progresar en su trabajo y, por fin, volverá a soñar y a tener aspiraciones.
También en el museo, Pilar conocerá a sus compañeras de trabajo, mujeres muy diferentes, con sueños diversos, pero todas ellas independientes. Estas mujeres se parecen más a Ana, algunas tienen relaciones más o menos estables, otras chatean con hombres por internet… pero todas ellas viven su vida, sin dependencia alguna de ningún hombre.
Icíar Bollaín dibuja esta nueva realidad de las mujeres que se entremezcla con un pasado patriarcal todavía muy arraigado, cada personaje representa una realidad. El grupo de terapia de los hombres supone ese retrato del machismo que todavía perdura, donde los hombres no entienden que sus mujeres no son objetos de su posesión.
Te doy mis ojos no deja cabos sueltos, abarca todas las facetas de la violencia doméstica y de una sociedad en la que hemos heredado un machismo institucionalizado. No olvida tampoco a la víctima silenciosa que es Juan, el hijo de Pilar y Antonio, ni las secuelas que han dejado todos estos años de maltrato en Pilar.
Por otro lado, nos muestra un agujero para la esperanza. Nos muestra que algo está cambiando en el mundo, que ahora las mujeres adquieren roles distintos, que la masculinidad puede adquirir muchas formas, que los hombres también lloran y, sobre todo, nos permite reflexionar sobre un tema que, desgraciadamente, sigue destrozando vidas.
“Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad nuestra propia sustancia”.
-Simone de Beauvoir-