Uso de antiinflamatorios en el tratamiento de la depresión
Desde hace un tiempo, numerosas investigaciones han centrado sus estudios en el papel de la inflamación en los estados depresivos. Por eso, en este artículo vamos a ver el posible uso terapéutico que pueden tener los antiinflamatorios en el tratamiento de la depresión.
Según algunos estudios, el tratamiento convencional de la depresión mayor a través de antidepresivos y terapia cognitiva solo es eficaz en alrededor de un 60 % de los pacientes. Esto deja a un 40 % de pacientes resistentes al tratamiento, en los que el estado depresivo sin eficacia terapéutica puede llevar, incluso, al suicidio.
En el caso de la depresión mayor, estamos hablando de una prevalencia muy alta. Afecta, aproximadamente a unos 350 millones de personas en el mundo, lo que supone 1 de cada 10 adultos. Por tanto, es importante ahondar en alternativas terapéuticas que puedan contribuir al tratamiento de este trastorno.
Papel de la inflamación en la depresión
Como hemos dicho, cada vez más estudios relacionan la depresión con estados inflamatorios del cerebro. En un principio no estaba claro si la depresión podía surgir como consecuencia de una inflamación previa o si, por el contrario, la depresión era la causante de dicho proceso inflamatorio.
La depresión, por lo general, es un trastorno multifactorial en el que están implicados varios factores psicosociales, genéticos y biológicos. Entre ellos, influye el estrés, que, a su vez, es también capaz de activar la cascada de señalización inflamatoria y producir cambios en nuestro cerebro.
En pacientes con depresión mayor se ha observado la presencia aumentada de biomarcadores inflamatorios en sangre. Esto incluye a las llamadas citocinas inflamatorias, también capaces de inducir modificaciones en el sistema nervioso central, el sistema inmune e, incluso, el sistema neuroendocrino. En concreto, se ha encontrado un aumento de proteína C reactiva (CRP), así como de diversas interleucinas.
Antiinflamatorios en el tratamiento de la depresión
Teniendo en cuenta esta teoría inflamatoria de la depresión, se abre un abanico grande de posibilidades terapéuticas que pueden ayudar en el tratamiento de este trastorno. Esto es especialmente importante en aquellos pacientes con estados de depresión mayor que no responden a los fármacos antidepresivos clásicos.
Así, se ha visto que, la inhibición de citocinas proinflamatorias aumenta la eficacia de los fármacos antidepresivos y mejora, en general, el estado de los pacientes con esta patología. Inicialmente, esta relación se descubrió en tratamientos oncológicos y antiinfecciosos en los que se vio que la administración de interferón-alfa producía síntomas similares a los de los estados depresivos.
Actualmente, se está estudiando el uso terapéutico real que pueden tener fármacos antiinflamatorios en el tratamiento de la depresión. Diversas investigaciones en animales han demostrado que la administración de antagonistas de citocinas inflamatorias disminuye las conductas depresivas, así como las reacciones ante el estrés.
Estos antagonistas de citocinas inflamatorias, también llamados citocinas antiinflamatorias o anticitocinas, se utilizan, en ocasiones, en pacientes con patologías sistémicas autoinmunes, como la artritis reumatoide o la psoriasis. En estudios realizados con estos pacientes, se ha visto como efecto secundario a la terapia, un efecto antidepresivo bastante significativo respecto a un placebo.
Omega-3 como tratamiento complementario de la depresión
También en relación con esto, algunos estudios proponen como coadyuvantes terapéuticos para la depresión los suplementos de omega-3, debido a su efecto antiinflamatorio. Diversas investigaciones relacionan la presencia de depresión con un déficit de ácidos grasos poliinsaturados omega-3.
De hecho, el ácido graso omega-3 que ha presentado mayor eficacia contra los estados depresivos en los diversos estudios ha sido el eicosapentaenoico o EPA; precisamente, además, es el que mayor efecto antiinflamatorio tiene. Es capaz de influir en el sistema inmunitario y reducir algunas citocinas y prostaglandinas proinflamatorias, además de modificar otros mecanismos moleculares.
Aún es necesario seguir investigando en este campo. La depresión es un trastorno demasiado complejo y la inflamación tiene síntomas demasiados difusos como para que la relación entre ambas se pueda definir claramente. Sin duda, es un campo terapéutico abierto que tiene muchas perspectivas y en el que hay depositadas muchas esperanzas para el futuro.
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