Vértigo, el psicoanálisis hecho cine
Reunir en un solo artículo todo lo que supone Vértigo de Alfred Hitchcock resulta casi imposible. El filme es susceptible de un análisis realmente profundo, desde los movimientos de cámara hasta el vestuario, todo es importante en Vértigo.
Y es que por algo Hitchcock se ganó el apodo de “maestro del suspenso” y Vértigo el de la mejor película de todos los tiempos o, al menos, eso es lo que piensan los críticos de la prestigiosa Sight & Sound.
En realidad, hasta hace relativamente poco, el puesto de mejor película lo ocupaba Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). Pero Sight & Sound decidió reconsiderar dicha clasificación y encumbró a Vértigo.
Lo cierto es que el filme de Hitchcock posee todos los ingredientes para ser una gran película y logra enamorar tanto a crítica como a público. Sin embargo, su éxito no fue inmediato, sino que se revalorizó con el tiempo para, finalmente, convertirse en una cinta atemporal.
El pasado año 2018, se cumplieron 50 años de esta joya del cine, pero sigue tan impecable y asombrosa como en su estreno. Vértigo combina el thriller con la pasión amorosa, la tragedia griega con los problemas psicológicos, los colores y las formas…
Basada en la novela Sudores fríos: de entre los muertos (Pierre Boileau y Thomas Narcejac), Vértigo es un filme que captará nuestra atención hasta el final, jugando majestuosamente con el suspense.
El juego psicológico en Vértigo
Hitchcock adoraba jugar con nuestra mente, introduciendo en sus películas elementos con mucho peso en el psicoanálisis. Su cine es puramente psicológico, vectores que logra mover en este plano con acierto para sorprender al espectador.
El propio director afirmó que la clave del suspense consiste en dar la información al espectador, es decir, lo contrario a lo que se suele hacer.
Una fórmula sería jugar con la intriga hasta el final, sin embargo, resulta especialmente difícil mantener dicho misterio y es probable que la atención se pierda.
Introducir por sorpresa cierta información privilegiada configura un estímulo para el espectador, rescatando con esta estrategia su atención y curiosidad.
En Vértigo, el misterio se palpa desde el inicio, escenificado de manera especial por el misterioso personaje de Madeleine; durante la primera mitad, hemos creído ver a un fantasma, una posesión o alguna especie de manifestación paranormal.
Como al despertar de un sueño del que apenas recordamos elementos puntuales, los espectadores tendremos que tratar de dar una explicación lógica a este personaje. Este es uno de los retos mentales que nos propone la película.
John Ferguson comienza un enamoramiento obsesivo hacia Madeleine que le conducirá a la locura y la tragedia. Esta tensión se mantiene durante los primeros minutos del metraje, pero Hitchcock ya ha dejado algunas pistas que nos inducen a pensar en que la misteriosa Madeleine esconde algo más. Pronto, conoceremos a Judy, aquí se pone en juego el tema del doble, una cuestión que ha sido abordada por la literatura y por el psicoanálisis.
De alguna manera, sabemos que algo siniestro y oscuro está aconteciendo y, sin esperar demasiado, se revela el misterio: Judy y Madeleine son la misma persona.
Hitchcock ha desvelado el “pastel” en la mitad de la trama y, en contra de lo que podría parecer, la tensión se incrementa. ¿Cómo se va a resolver? ¿Cómo actuará John al descubrir lo que nosotros ya sabemos? Ahí reside el poder del suspense.
El público es absolutamente partícipe de la trama al poseer la información que puede cambiarlo todo y necesita llegar al final del asunto. El juego con los espejos y apariencias, enmarcado muchas veces por el perfil de Madeleine/Judy, incrementa esta tensión y vemos cómo John se sumerge en un romanticismo cuasi necrófilo y plagado de voyeurismo.
El misticismo aparece también en escena durante la primera parte, así, se incrementa esa sensación de estar ante algo paranormal.
Los problemas de su protagonista se manifiestan ya desde el principio, un episodio traumático en su vida desencadenará acrofobia y vértigo. Igualmente, John es conocido con diversos nombres lo que parece indicarnos cierto problema con su identidad.
Al mismo tiempo, la sexualidad del protagonista está muy presente en el filme; todo parece indicar que John no logra intimar con las mujeres. Aparecen diversos símbolos fálicos, pero también algunos relacionados con lo femenino.
De esta manera, el filme se nutre del simbolismo del psicoanálisis y se configura como una especie de ensoñación envuelta en una trama entre lo romántico y lo siniestro.
Elementos visuales
Como hemos avanzado, todo en el filme está perfectamente calculado y los elementos visuales son dignos de un estudio desde el psicoanálisis. El vértigo y la acrofobia se manifiestan en los propios movimientos de cámara e incluso en el escenario escogido: la ciudad de San Francisco.
San Francisco es una ciudad muy vertical, plagada de curvas, que podemos seguir en el largo trayecto en coche que aparece en la película. Esa geografía alimenta todavía más las sensaciones de movimiento, de vértigo.
De la misma manera, las formas en espiral acentúan estas sensaciones, el mareo que sufre el protagonista. Ya en los créditos, unas hipnóticas espirales nos dan la bienvenida a esta siniestra aventura. La espiral aparece también en las escaleras, en el moño de Madeleine, en las flores, etc. Incluso el beso entre los protagonistas realiza un giro de 360º, se logró colocando a los actores sobre una plataforma giratoria para crear esa sensación.
En una de las escenas más emblemáticas, se utilizó un travelling compensado o retrozoom, aunque también ha sido conocido como “efecto vértigo” gracias al filme. Este movimiento de cámara combina un zoom hacia detrás o hacia delante con un travelling en sentido opuesto, de este modo, se logra recrear una sensación de mareo e incluso incomodidad.
En Vértigo, vemos a través de los ojos del protagonista cómo esas escaleras se tornan absolutamente aterradoras y vertiginosas. La espiral aporta movimiento, progresión, pero también se asocia a la interpretación de Jung, quien la relacionaba con un camino sinuoso hacia la propia complejidad del ser humano.
La muerte y lo onírico en Vértigo
Los cuadros y pinturas que aparecen en Vértigo son también reveladores; cuando conocemos a Gavin Elster, el manipulador villano del filme, lo vemos rodeado de cuadros. Estos cuadros implican poder y si los observamos con cierto detenimiento, nos daremos cuenta de que, en muchos de ellos, aparecen caballos; es decir, podrían asociarse a un símbolo de dominación y manipulación.
El cuadro de la difunta Carlota Valdés que observa Madeleine funciona como una especie de espejo, al mismo tiempo, supone una cosificación. Mientras Madeleine observa el cuadro, John observa a Madeleine como si se tratase de una pintura, de un objeto. John se ha enamorado de un fantasma, alguien que no es más que una apariencia adorada; una idealización que se hace todavía más patente en el momento en que trata de convertir a Judy en Madeleine.
Este escenario nos remite al Pigmalión y al propio Petrarca en su religio amoris hacia su amada Laura. Es decir, John se ve envuelto en una situación de enamoramiento irrefrenable, una pasión desmedida hacia la amada “muerta”. Disfruta de su servidumbre hacia la amada y de su penitencia posterior.
El color también juega un papel fundamental, el rojo y el verde se encuentran presentes a lo largo de todo el filme y evocan lo obsceno, lo prohibido, lo sexual, pero también lo onírico. El momento clave se produce cuando Judy, vestida y peinada como Madeleine, irrumpe en la habitación con una especie de niebla y tonos verdosos que la envuelven creando una imagen fantasmagórica. Es como si Madeleine hubiese resucitado, como si nos encontrásemos en un sueño.
No escapa tampoco de la reminiscencia: ese momento mágico en el que el protagonista ve el medallón y, al fin, recuerda y comprende la situación. Finalmente, en otra escena fantasmagórica, la salvación acompañará a la muerte: el fin de los problemas se personifica con la muerte de Judy.
En ese momento, se desvela todo el misterio, el protagonista ya no parece acrofobia y se asoma desde las alturas, la cámara está quieta, ya no hay movimiento; es una imagen estática, heladora, el miedo se ha esfumado.
Se produce así el despertar; un despertar literal, muy similar al despertar de una pesadilla. John, al fin, toma contacto con la realidad y se produce la curación. En definitiva, Vértigo es un filme inmortal, que seguirá dejando a los espectadores sin habla, cautivándolos y envolviéndolos en un espacio onírico inigualable.