Vivir sin alegría, cuando normalizamos el desánimo

Vivir sin alegría no es vivir, es sobrevivir. Cuando normalizamos una vida sin esa ilusión que hace cosquillas en nuestra alma y en el corazón, nos limitamos a navegar en el desánimo, en esa superficie donde ya no caben los sueños o las segundas oportunidades.
Vivir sin alegría, cuando normalizamos el desánimo
Valeria Sabater

Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater.

Última actualización: 06 mayo, 2019

Vivir sin alegría es como existir sin sentir el latido del propio corazón, el impulso de la ilusión, el resorte de la esperanza cotidiana. Más allá de lo que podamos creer, son muchas las personas que normalizan esta carencia, limitándose con ello a cronificar el desánimo. Saben que les falta algo; pero al final, muchas se acostumbran a ese vacío, asumiendo quizá que hay trenes que ya no volverán a pasar o para los que no tendrán billete.

La alegría es un sentimiento que no siempre es bien entendido. La asociamos a la efusividad emocional, a la risa, al movimiento, a la conexión con los nuestros a través de gratos instantes. Ahora bien, es importante señalar que esta dimensión tan humana va mucho más allá.

Johnmarshall Reeve, profesor de psicología positiva de la Universidad de Melbourne nos explica en su libro –Motivación y Emoción- que la alegría es sinónimo de bienestar psicológico. Podemos experimentarla a diario de manera sencilla, basta solo con disfrutar de aquello que hacemos, de aquello que somos y tenemos. Gracias a este sentimiento, mejora nuestra memoria, cuidamos de nuestra flexibilidad cognitiva e incluso incentivamos la creatividad y damos forma a soluciones más innovadoras ante los problemas.

¿Qué ocurre entonces cuando esta dimensión falta? ¿Qué pasa cuando ya no sentimos las cosquillas de la alegría? Básicamente que dejamos ir una parte esencial de nosotros mismos, esa donde se amarra la autoestima, la identidad y nuestra capacidad para ser felices.

“Los mejores doctores del mundo son: El Dr. Alegría y el Dr. Tranquilidad”.

-Jonathan Swift-

Chico triste con un ventana simbolizando cómo es vivir sin alegría

Vivir sin alegría, una enfermedad silenciosa

Hay un viejo refrán que dice aquello de que la alegría es el ingrediente principal en el compuesto de la salud. No es un error. Hace solo unos días se publicó una encuesta Gallup sobre el estado emoción de la población mundial, ahí donde países como Estados Unidos y Grecia, por ejemplo, revelaban que más del 50% de su gente se siente estresada, con ansiedad y con la clara sensación de haber perdido la alegría.

Aún más, un tercio de la población de estas áreas dice sentir rabia y una sensación de enfado constante. Todo ello, revierte incluso en la propia salud. Ese nivel de estrés y esa insatisfacción emocional se traduce a menudo en problemas cardiovasculares, un sistema inmunitario más débil, enfermedades psicosomáticas, etc.

Vivir sin alegría no es un buen panorama para el bienestar humano y, sin embargo, parece que cada día se hace más patente esa carencia. Ahora bien, ¿a qué se debe esta realidad psicológica tan impactante? La encuesta Gallup sugiere que hay varios elementos que contribuyen a este hecho.

Dimensiones ‘macro’ que hacen que una sociedad llegue a vivir sin alegría

El término ‘macro’ hace referencia a esa entidad de mayor amplitud que abarca desde el ámbito social, al político o al económico. Esas macroestructuras lo queramos o no, impactan de manera directa en nosotros. Y lo hacen de diferentes maneras:

  • Limitando nuestro sentido de libertad.
  • Vetando nuestro progreso personal al dificultar el acceso a trabajos de calidad, a viviendas, a lograr que podamos sentirnos realizados.
  • Generando desconfianza. En la actualidad, la población ya no confía en sus políticos o en la economía. La incertidumbre parece impregnarlo todo.

Dimensiones ‘micro’, cuando uno mismo es responsable de su propio bienestar

Vivir sin alegría responde, en mayor parte, a esos procesos ‘micro’ donde nosotros mismos, somos los únicos responsables.

  • Perdemos el impulso de la ilusión y la efusividad por la vida cuando nos faltan herramientas para gestionar el desánimo, cuando permitimos que el estrés tome todo el control.
  • Uno deja ir su alegría cuando elige posicionarse en el inmovilismo. Cuando no reacciona ante lo que no le agrada. Cuando no se atreve a impulsar cambios en el momento que asoma la infelicidad, la frustración y la decepción.
  • La alegría se apaga cuando convivimos con personas que limitan nuestro crecimiento personal, ahí donde el afecto no es sincero, donde no hay respeto ni cree sensación de bienestar al esta compartiendo vida, espacios o proyectos comunes.
  • Por otro lado, factores como la soledad, la falta de propósitos, esperanzas así como la baja autoestima, median también en esta sensación.
Pareja enfadada simbolizando cómo es vivir sin alegría

¿Qué podemos hacer para recuperar la alegría?

Vivir sin alegría es limitarnos a sobrevivir a duras penas, faltos de entusiasmo, de motivación, de energía… Estos estados pueden llevarnos, sin duda, a la frustración, ahí donde surge ese sentimiento a medio camino entre la rabia y la tristeza que tanto cuesta gestionar. Nadie merece este tipo de realidad.

  • Para afrontarlo, un primer detalle. Asumiremos que en cierto modo nada podemos hacer por las condiciones ‘macro’. La economía, la política, los devenires sociales no siempre están bajo nuestro control. Sin embargo, la dimensión ‘micro’ sí nos pertenece, sí somos dueños y señores de esos microuniversos personales donde poder pequeños cambios que reviertan en nuestro bienestar.
  • La alegría puede recuperarse asumiendo nuevos objetivos, cambiando de escenarios e incluso de personas. El ser humano puede reiniciarse tantas veces como crea necesario y en cada cambio, debe acercarse a su mejor versión, a sintonizar con sus auténticas necesidades y metas vitales.
  • La alegría, no llega con un premio de lotería ni está supeditada tampoco a los bienes materiales. Alegría es ante todo, satisfacción personal, es el bienestar que emerge cuando hacemos lo que nos agrada, cuando la autoestima es fuerte y seguimos manteniendo la curiosidad y la capacidad de asombro de un niño.

Por último, y no menos importante, hay que recordar que este sentimiento crece y se expande cuando nos sentimos apoyados, amados; cuando damos con esas personas relucientes que hacen fácil la convivencia. No dudemos, por tanto, en favorecer los cambios que creamos necesarios para intentar que este sentimiento esencial encuentre morada en nuestro interior.


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