
La génesis de la depresión es un fenómeno estudiado por la psicología, pero que muchas veces no parece tan claro a la hora de interpretar. De hecho, se atribuyen muchos orígenes a este trastorno del ánimo, algunos erróneos y otros…
Los arquetipos y Jung configuran un legado excepcional dentro de la psicología analítica. Pocos autores nos han ofrecido una visión del inconsciente tan novedosa, ahí donde trascender lo fisiológico y lo patológico para revelarnos la existencia de ciertas figuras o modelos heredados de comportamiento que subyacen en nuestra mente y que determinan la conducta y el pensamiento.
Para entender de forma más sencilla qué es un arquetipo, pensemos en eso que se lleva tanto ahora en el mundo del cine: los héroes. Todos, de algún modo, tenemos nuestros preferidos, personajes un tanto complejos, pero que responden en esencia a un mismo patrón, a un mismo concepto: la bondad, la maldad, la sabiduría, la mentira…
Muchos de esos personajes simbolizan a los más clásicos arquetipos de Carl Jung, los mismos que a su vez se integran también en nosotros mismos rigiendo nuestros comportamientos y decisiones. Esta idea por sí misma no deja de ser interesante por varios detalles.
«Tu visión devendrá más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón… Aquel que mira afuera, sueña. Quién mira en su interior, despierta».
-Carl Jung-
En primer lugar, si entendemos que dichas figuras habitan en nuestro inconsciente generación tras generación como un especie de legado psíquico implica, por ejemplo, que no llegamos a este mundo como en una «tabula rasa» como diría el filósofo John Locke. En ese inconsciente colectivo que todos compartimos independientemente de nuestra cultura, hará que asomen unas mismas pulsiones, necesidades, características con mayor o menor prevalencia en cada uno de nosotros.
Por otro lado, un aspecto que nos recuerda a su vez Carl Jung es que a pesar de que todos dispongamos de esa especie de «alma colectiva», nuestra responsabilidad y finalidad como personas es la individuación. Se trataría de un obligado proceso donde desarrollar una conciencia individual, donde dar forma a una imagen psíquica de nosotros mismos fuerte, saludable y realizada.
Cuando Carl Jung ingresó en la Universidad de Basilea en 1895 para estudiar ciencias naturales y medicina, empezó a tener un sueño recurrente. Se veía a sí mismo luchando contra una especie de niebla oscura y densa. En medio de ese escenario había una figura negra y alta que lo perseguía. A su vez, también podía ver cómo en la palma de sus manos relucía un destello, una energía que no sabía bien cómo utilizar.
Tiempo después, llegó a la conclusión de que aquella entidad era su «sombra«, ahí donde se contenían sus miedos reprimidos, el peso de su pasado y muchas de sus actitudes negativas. La luz de sus manos, representaba la obligación de iluminar esas áreas oscuras o convulsas. Como podemos ver, pocos autores y figuras de la psicología tuvieron tan presente ese mundo onírico y su lenguaje implícito para dar sentido al comportamiento humano.
De hecho, uno de sus herederos teóricos más ilustres, el junguiano Michael Fordham, explica en un estudio publicado en la revista Ment Health que los arquetipos y Jung fueron un primer intento por definir nuestro deseo de autorrealización.
Defiende que solo cuando identifiquemos esos arquetipos que habitan en nosotros y desentrañemos el mensaje de los mismos, promoveremos nuestro avance. Un paso que nos liberará de nuestras sombras, miedos y angustias para alzarnos como entidades libres y realizadas.
Conozcamos por tanto a esas figuras de nuestra psique que conforman nuestra alma colectiva.
En ese vínculo entre los arquetipos y Jung, el que más relevancia presenta y el que más impregna su legado, es la figura de la «Sombra». Hablábamos de ella hace un momento, y sin duda, ya habremos intuido en qué consiste su peculiar anatomía:
Enfrentarnos a nuestra sombra y llevarla hasta la luz es un acto de crecimiento muy necesario.
Dentro de ese enfoque entre los arquetipos y Jung, la figura de la persona es una de las más interesantes. Estamos ante un «escudo psíquico», ese que utilizamos para proteger nuestro ego del mundo exterior.
El arquetipo del Padre integra un gran número de fuerzas psíquicas y sociales: es la ley, la disciplina, la autoridad, la protección, el amor... Simboliza una figura interna que actúa como maestro y que debe ayudarnos a conquistar nuestros objetivos.
El arquetipo de la madre es el que más puede nutrirnos en cada una de nuestras capacidades y competencias en la vida. Simboliza el cuidado, el aliento y el amor universal. Es ese impulso que favorece siempre nuestro éxito, el que nos alienta en momentos complicados prestándonos su cariño y motivación.
Dentro de esa corriente de los arquetipos y Jung, esta figura es la gran divinidad, y guarda muchas similitudes con lo que nos explicó Robert Graves en su libro La diosa blanca. Es ese mito y esa entidad que siempre ha aparecido en nuestra cultura y naturaleza como la creadora de todas las cosas, como ese sustrato sabio y favorecedor donde la magia y la espiritualidad nos guía en todo instante.
Los arquetipos y Jung configura un legado de plena actualidad y que el mundo de la inteligencia artificial está utilizando para desarrollar sus avances tecnológicos en el mundo de la robótica.
Para concluir, los arquetipos aquí señalados son los más relevantes dentro de la teoría del inconsciente colectivo de Carl Jung. Ahora bien, es posible que tengamos la idea de que esta teoría se arraiga más bien en un contexto mitológico, en un tipo de psicología arcaica que carece de interés y aplicabilidad en nuestra actualidad.
Bien, cabe decir que este modelo de los arquetipos se está utilizando en el mundo de la cibernética y la robótica. Ingenieros del MIT, como Peter Senge, se basan en estas ideas para programar inteligencias artificiales y dotar así de «personalidad» a nuestros robots del futuro. Un tema sin duda muy interesante donde el nombre de Carl Jung sigue de plena actualidad.