Así cambia el cerebro con los actos egoístas
Una de las líneas de investigación de los neurocientíficos tiene que ver con los cambios del cerebro en función de la conducta. Un reciente estudio al respecto señala que hay modificaciones en el funcionamiento cerebral cuando se incurre en un acto egoísta o en uno altruista.
La investigación fue dirigida por la investigadora Olga Dal Monte, de la Universidad de Yale, y publicada en la famosa revista Nature Neuroscience. El equipo investigador pudo verificar qué cambia el cerebro en términos de funcionamiento, tanto cuando se piensa solo en uno mismo, como cuando se comparte con otros.
El estudio, que es pionero en el tema, no se hizo con seres humanos sino con primates. Es una primera fase de investigación que, de todos modos, arroja interesantes datos acerca de cómo cambia el cerebro, en función de la conducta social. Veamos qué nos dice esta interesante investigación.
“Tu propio interés te sirve mejor no dejándote llevar por él”.
-Lao Tse-
¿Cómo cambia el cerebro con el egoísmo?
La investigación de Olga Dal Monte pudo corroborar, en primera instancia, que las dos zonas cerebrales implicadas en el comportamiento egoísta o altruista son la amígdala y la corteza prefrontal. Ambas regiones, entre otras, interactúan entre sí, cuando se trata de conductas sociales.
Ya existe evidencia de que esas dos zonas cerebrales tienen que ver con la cognición social. Los investigadores, en este caso, buscaron la manera de ver cómo operaban en casos concretos que implicaran egoísmo o generosidad. Específicamente, querían observar cómo cambia el cerebro cuando toma decisiones prosociales o antisociales.
A largo plazo, el objetivo de la investigación, que aún no ha concluido, tiene que ver con la comprensión de los mecanismos implicados en problemas como el autismo, la psicopatía, etc.
La investigación con primates
Para llevar a cabo el estudio, los investigadores realizaron varios experimentos con monos. Se les indujo a estar en diversas situaciones en las que tenían que elegir entre beber un zumo o tirarlo, beberlo solos o compartirlo. Mientras realizaban esas acciones, su cerebro era monitoreado para detectar posibles cambios.
En términos de conducta, los primates demostraron que preferían beber el zumo sin compartirlo con otros. Sin embargo, cuando la alternativa era tirar la bebida, casi todos optaron por compartirla con otros. Entre tanto, los neurocientíficos lograron verificar que había modificaciones a nivel cerebral, según fuera cada decisión.
Los investigadores descubrieron que cuando había una conducta egoísta, prácticamente no existía ninguna interacción entre la amígdala y la corteza prefrontal. En cambio, si el comportamiento era generoso, o prosocial, se configuraba una gran sincronía entre estas dos zonas del cerebro. Al final, solo con mirar los patrones de la actividad cerebral ya los investigadores sabían que conducta estaba adoptando el mono.
Una conducta más compleja
Los datos de este nuevo estudio confirman que cambia el cerebro cuando se llevan a cabo conductas egoístas y conductas generosas. La naturaleza de esa modificación comprueba también que el altruismo, la solidaridad y la cooperación son conductas más complejas y elaboradas que las egoístas, en tanto involucran una actividad cerebral más compleja también.
Esto, a su vez, corrobora planteamientos que también se han hecho desde la psicología. El ser humano nace egoísta y en un comienzo esta conducta no tiene nada que ver con la moralidad, sino con el instinto de supervivencia. En otras palabras, se trata de una pauta de comportamiento instintiva.
Con la educación y el desarrollo intelectual y social, una persona puede aprender a ser generosa, cooperativa y prosocial, si evoluciona de forma adecuada. Cooperar es una conducta más compleja, porque supone la capacidad de ver la consecuencia de las acciones a largo plazo. En ese sentido, la solidaridad garantiza mejor la supervivencia individual y de la especie, si se mira en perspectiva.
Una investigación de largo aliento
La investigación sobre el cambio cerebral originado en el egoísmo y el altruismo es apenas un primer paso en un proyecto más ambicioso. Lo que se busca hacia adelante es indagar si hay personas en las que la interacción entre la amígdala y la corteza prefrontal está limitada debido a razones genéticas o de otro orden.
Antes de llegar allá, lo que sigue en la investigación de Olga Dal Monte es averiguar si es posible manipular las decisiones de los monos, promoviendo la sincronía entre las dos regiones cerebrales, de modo artificial. Eventualmente, estos hallazgos serán trasladados al plano de lo humano y podrían constituir un avance importante para tratar el autismo y algunas psicopatías.
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- Dal Monte, O.; Chu, C.; Fagan, N. & Chang, S. (2020). Specialized medial prefrontal-amygdala coordination in other-regarding decision preference. Nature neuroscience, 23(4), 565-574. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/32094970/
- Gázquez, J. (24 de mayo de 2020). La prevalencia poblacional de perfiles clínicos, neurodiversidad, selección sexual y cerebro social [Conferencia]. XXI Congreso Virtual Internacional de Psiquiatría, Psicología y Enfermería en Salud Mental.