Causas principales por las que se desarrollan los TCA
A menudo, cuando se ingresa a una joven en una unidad especializada en trastornos de la conducta alimentaria (TCA), los familiares suelen preguntarse cuáles son las causas. Si bien es cierto que, por lo general, ponen el foco en la cultura tiránica de la belleza e imagen corporal que promueven los medios, la problemática es más amplia y poliédrica.
Partiendo de ello, comprender qué hay detrás de la anatomía de los trastornos alimenticios es una necesidad y también un desafío para la ciencia. Pensemos que, como señalan en la revista Current Opinion in Psychiatry, los TCA son una de las enfermedades mentales con mayor índice de mortalidad y discapacidad.
La constelación de problemas que llevan consigo estos pacientes es inmensa: niñas que lidian con el acoso escolar y con una familia disfuncional; adultas con baja autoestima que a través de la comida controlan su realidad. Se repiten patrones, pero cada caso es único. Y es que los desencadenantes de los TCA abarcan variables culturales, sociales, ambientales, de personalidad y hasta hereditarias. Desgranemos, a continuación, ese entramado casuístico.
Genética, una variable silenciosa
Cada vez se diagnostican más niños de 8 o 10 años con trastornos alimenticios. Cuando los profesionales indagan en los desencadenantes, abordan un disparador silencioso: la genética. Un trabajo publicado en The Psychiatric Clinics of North America nos explica que hay ciertos TCA que son hereditarios.
La anorexia nerviosa (AN), la bulimia nerviosa (BN) y el trastorno por atracón (TA) pueden formar parte de nuestro genoma. Eso sí, tener una carga genética no significa que alguien desarrollará un TCA de forma automática. Quiere decir que se incrementa la probabilidad de su aparición si se le suman otras dimensiones, como la personalidad, los traumas, la cultura, etc.
Presión sociocultural
Ningún niño llega al mundo odiando su cuerpo; se le enseña. La realidad es que vivimos en una sociedad tiránica que glorifica cánones de belleza a los que se les asocia el éxito, la inclusión y hasta la salud. Los llamados «cuerpos normativos», siempre delgados y atléticos, inundan los medios de comunicación, las redes sociales, así como la industria de la moda, el cine y la televisión.
Las personas también edificamos nuestra identidad con aquello que vemos y esa exposición constante a imágenes idealizadas, lo que dinamita por completo la autoestima y la autoaceptación corporal. Todo ello explica —en parte— la aparición de las conductas restrictivas o purgativas en un intento por alcanzar esos ideales imposibles, irreales y distorsionados.
Narrativas del perfeccionismo
Si buscamos comprender las causas principales de los TCA hay un patrón que se repite con frecuencia: la autoexigencia y el perfeccionismo. Es común ver a adolescentes —y también a mujeres adultas— que se marcan unos estándares muy altos e inalcanzables, tanto en su rendimiento académico/profesional, como en su apariencia física.
Esas narrativas inconscientes, dominadas por el «no puedo fallar», «tengo que esforzarme al máximo» o «debo ser perfecto/a», edifican un tipo de rigidez cognitiva que se traslada también a su relación con la comida y autoimagen. La restricción de ingestas o el ejercicio extenuante se convierten, poco a poco, en esos mecanismos de control con los que alcanzar un cuerpo ideal.
Vulnerabilidad en la pubertad
Una etapa vital crítica de cara al posible desarrollo de algún TCA es la pubertad. Las niñas son quienes suelen llegar antes a este momento y las que más presentan esta condición clínica. Entre los 9 y los 14 años el cerebro experimenta numerosos cambios y reestructuraciones.
Si en ese momento de maduración neurológica surgen factores estresantes como el acoso escolar, el paso de primaria a secundaria, el divorcio de los padres e incluso el primer desengaño amoroso, la vulnerabilidad emocional se eleva. En ese estado de fragilidad es frecuente que aparezca el odio hacia el propio cuerpo y que la relación con la comida se vuelva problemática.
Si bien los trastornos alimenticios son más comunes en mujeres, los hombres también los sufren, pero con la particularidad de que no siempre dan el paso para solicitar ayuda especializada. Asimismo, el colectivo LGTBI, presenta una elevada vulnerabilidad a la hora de desarrollar este problema de salud mental.
Traumas y experiencias adversas
Cuando un chico o una chica da el paso para solicitar ayuda especializada ante sus problemas alimentarios, lo hace cargando consigo una mochila emocional muy pesada. Una parte significativa de ese peso tiene como origen traumas como el abuso sexual. Revistas como The International Journal of Eating Disorders, profundizan en este factor.
La anorexia nerviosa o el trastorno por atracón se convierten en una forma de lidiar con el dolor emocional. Son, al fin y al cabo, mecanismos disfuncionales y dañinos con los que se intenta recuperar el control de una vida fracturada y que desborda a la persona.
Personalidad y el riesgo de TCA
La personalidad influye de forma significativa en el desarrollo y mantenimiento de los TCA. Hablamos más arriba del perfeccionismo y la autoexigencia. No obstante, rasgos como la baja autoestima, la falta de confianza o la necesidad de complacer a los demás, también conforman un relieve que se repite en este problema de salud mental.
Son personas que evidencian una mayor necesidad de aprobación social. La presión por cumplir con estándares corporales idealizados, por ajustarse a lo que se espera de ellos/as, edifica una angustia soterrada que los conduce hacia realidades como la bulimia, los atracones, la anorexia, la vigorexia, etc.
Tener amistades que sufren un trastorno alimentario
Puede parecer algo llamativo, pero cuando indagamos en el entorno psicosocial de los niños y adolescentes que sufren TCA hay un desencadenante reiterativo. Es común tener a un amigo o amiga que lidia con esta enfermedad mental grave. A veces, los más jóvenes se enseñan los unos a los otros estrategias con patrones bulímicos para bajar de peso. Es un hecho tan peligroso como recurrente.
Los TCA y la superposición con otros trastornos
Por otro lado, una parte significativa de quien desarrolla en un momento un TCA presenta comorbilidad con algún trastorno previo. La depresión, el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno de personalidad por evitación o incluso el TLP (trastorno límite de personalidad) correlacionan muchas veces con la anorexia de tipo purgativo. El diagnóstico correcto es decisivo en estos casos.
Dinámicas familiares dañinas
El entorno familiar también explica las causas de los TCA. Tener unos padres autoritarios, críticos, sobreprotectores o que valoran la apariencia física y el éxito por encima de otros aspectos, suelen generar una elevada presión en los hijos. Si a ello se le añaden comentarios negativos sobre el peso o comparaciones con otros niños, la inseguridad se convierte en una «herida» profunda en la mente infantil o juvenil.
Del mismo modo, las familias donde existen conflictos constantes o la falta de apoyo emocional incrementan el riesgo de los trastornos alimenticios. En estos casos, la anorexia, bulimia o trastorno por purga, pueden surgir como un medio para expresar el sufrimiento latente.
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¿Cómo podemos prevenir estos desencadenantes?
Llegados a este punto, vemos que lo que hay detrás de los trastornos alimenticios muchas veces es una respuesta al estrés. El espectro que traza esa causalidad es inmenso, pero lo que se detecta en los cimientos es sufrimiento, inseguridad y vulnerabilidad. Y aquí, a la hora de poder prevenir o manejar esta condición, la responsabilidad es de todos. Te ofrecemos algunos ejes de acción y concienciación.
Fomentar una autoestima positiva
Además de enseñar idiomas, matemáticas o biología, deberíamos dar herramientas a los niños para que aprendan a valorar sus habilidades, talentos y características únicas por encima de su apariencia física. En este objetivo, el entorno social es clave para ayudarles a desarrollar una autoconfianza que los proteja de la presión social o las comparaciones perjudiciales.
Promover una imagen corporal saludable
Tanto los medios como los entornos sociales deberían promover la diversidad corporal. Familias, educadores, influencers y figuras de autoridad son piezas esenciales para derribar y reformular esos estándares de belleza asociados al éxito que dominan nuestra realidad. En este sentido, es prioritario desarrollar un pensamiento crítico que sea capaz de detectar este tipo trampas sociológicas.
Educación en los hábitos alimenticios
Sería maravilloso inculcar desde la infancia una relación saludable con la comida, presentándola como fuente de energía y bienestar, sin categorizar a los alimentos como «buenos» o «malos». Asimismo, enseñarles a escuchar las señales de hambre y saciedad de su cuerpo, evitando que se inicien en dietas restrictivas, son estrategias básicas que valdría la pena iniciar.
Regular el peso de la presión social
Vivimos en una cultura muy autoexigente y competitiva que suele enfatizar la necesidad de alcanzar la perfección en el ámbito académico, profesional, social, físico y deportivo. Integrar este tipo de narrativas resulta contraproducente. Es fundamental que no derivemos en esos extremos, ni que inculquemos en los más pequeños, imposiciones tan desmesuradas e invalidantes.
Entornos más atentos y nutritivos emocionalmente
Lo que todo ser humano necesita para garantizar su salud mental es seguridad, afecto y validación emocional. Seamos capaces de construir escenarios sociales más nutritivos y empáticos, capaces de dar al mundo personas resilientes y no seres rotos que detestan el reflejo de sus espejos. Seamos también hábiles a la hora de detectar problemas vinculados a la relación con la comida en nuestro entorno cercano, para aprender a comunicarnos con quienes los sufren.
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Los trastornos alimentarios «devoran» vidas
Es frecuente escuchar en los entornos clínicos que los trastornos alimentarios «consumen la vida». Lo hacen porque los pacientes emplean aspectos positivos de su personalidad para mermar su existencia hasta la autodestrucción. Alguien autoexigente hará ejercicio y restringirá su alimentación hasta la exasperación. Una joven creativa usará su ingenio para engañar al hambre y no comer.
Los TCA son una de las enfermedades mentales más graves y sus causas son como una tela de araña. Hay múltiples variables que se superponen y se enredan, por lo tanto, no podemos poner el foco solo en la actual cultura de las redes sociales. La comida es un medio para canalizar las emociones, y el cuerpo ese envoltorio que a veces no valoramos como si no formáramos parte de él. Procuremos mejorar estas realidades para contribuir a disminuir los factores del entorno que conllevan a estos problemas.
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