Conocemos la realidad a trocitos, nuestra mente inventa el resto

Conocemos la realidad a trocitos, nuestra mente inventa el resto
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Raquel Aldana

Última actualización: 16 mayo, 2016

Quizás nunca te hayas parado a pensarlo, pero tu mente trabaja con trocitos. Recibe la realidad como si fueran piezas de rompecabezas -varias por cada sentido- y tiene que realizar el fascinante trabajo de integrarlas para formar un todo, al que nosotros llamamos realidad.

Es un trabajo constante y continuo en el que no solo hay piezas que llegan de nuestros sentidos, también se mezclan por ahí, de manera silenciosa, sentimientos, pensamientos, opiniones o recuerdos.

Los trocitos de la novela

Hace tiempo leí un delicioso cuento que empezaba así: “Me compré una novela y mi perro se comió el principio, el final y varias decenas de páginas dispersas del resto antes de que yo tuviera tiempo de empezar a leerla”.

Nosotros también asistimos al mundo exterior de esta manera, como si fuera parte de una historia a la que nuestro perro le hubiera dado unos cuantos bocados. Sin embargo, no somos conscientes de ello ya que nuestra mente une y crea allí donde no hay información, de manera que la historia tenga sentido.

No lo podemos cambiar

El cuento seguía: “No sin obligar a mi perro a que meditara sobre lo inapropiado de su conducta, enseñándole insistentemente el lugar donde figuraba el precio, me dispuse a evaluar los daños inferidos y a intentar salvar lo salvable”.

Como señalábamos antes, es muy complicado hacer una evaluación de la parte de la historia que nos falta porque casi de manera automática nuestra mente se encarga de cerrar estos agujeros. Lo cierto, es que en la mayoría de las ocasiones no lo hace mal y los remiendos quedan bastante disimulados, de ahí que nos cueste tanto identificar su existencia.

Separar lo que es información de aquello que no es más que una hipótesis, más o menos probable, es una tarea voluntaria y habitualmente más costosa que la de implementar estos remiendos. Por otro lado, no olvidemos que nuestro cerebro sigue al pie de la letra la navaja de Occam y suele apostar por la hipótesis más económica para él.

Agua en armonía

¿Pasa algo porque rellenemos lo que falta?

En la mayoría de las ocasiones no. Contamos con un cerebro bastante inteligente. Por ejemplo, si nos dicen que alguien se ha levantado pronto esta mañana supondremos que no lo ha hecho después de las 10, o incluso antes.

Por otro lado, si nos cuentan que Juan ha llegado tarde al trabajo esta mañana y que también lo hizo la semana pasada y la anterior quizás pensemos que Juan es un impuntual y que quizás no se toma su trabajo en serio. El hecho de pensar que es por “esto o lo otro” es una información que se grapa al hecho y se amacena de esta manera.

Nuestra mente es lista y, en muchas ocasiones, utiliza las hipótesis que más nos convienen. Una hipótesis alternativa a los retrasos de Juan puede ser que tenga un problema que realmente le haya impedido llegar a la hora. Pero, para nosotros, esta es una hipótesis más complicada.

Manos formando un cuadrado seleccionando una parte de un paisaje

Nuestra mente nos protege

¿Por qué la hipótesis de que Juan tiene un problema es más complicada para nosotros que la de Juan ha perdido interés por el trabajo? Porque la primera nos obligaría a preguntar. Podemos hacerlo con Juan directamente, pero no tenemos la suficiente confianza con él para meternos en su vida.

También podemos preguntarle a alguien de su entorno, pero lo más probable es que levanten la ceja, hipoteticen que somos unos cotillas y nos den información que pueda despistarnos aún más. Por otro lado, si Juan tiene un problema y podemos ayudar, ¿no deberíamos hacerlo?

De estar tranquilamente en nuestro puesto de trabajo pasaríamos a despertar nuestra conciencia. Esta cuando despierta puede ser un verdadero engorro, porque nos e distrae con facilidad y terminaríamos obligándonos a hacer algo por el problema de Juan.

Dicho esto, nuestro cuento termina: “El desenlace de la novela me pareció especialmente afortunado: uno de los personajes más interesantes y atractivos se hacía acreedor, no sé por qué, a una acusación de homicidio, cuando era obvio que a lo largo de las páginas precedentes no había matado a nadie ni se había insinuado siquiera tal atrocidad. La policía está a punto de prenderlo cuando el inspector saca un habano y, sin que sepamos si se lo fuma o no, la novela termina”.


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