La curva de las emociones

La curva de las emociones modela el proceso desde que una persona empieza a sentir esa emoción hasta que desaparece. Precisamente teniendo en cuenta su evolución, en este artículo se plantean las tres acciones que no se han de llevar a cabo en el momento de más intensidad emocional.
La curva de las emociones
Loreto Martín Moya

Escrito y verificado por la psicóloga Loreto Martín Moya.

Última actualización: 07 junio, 2019

Muchos definen una emoción como un estado subjetivo que posee una inmensa e intensa carga afectiva. Y aunque resulta bastante complicado explicitar qué son las emociones, todos podemos describir esos estados subjetivos de forma clara.

Por ejemplo, se pueden describir recordando alguna situación en la que sintiéramos rabia o felicidad. Gran parte de estas emociones, desde la tristeza hasta el miedo, tienen un desarrollo muy parecido. En sesión, esto se define como la curva de las emociones.

¿Para qué sirve una emoción?

Según estudiosos como Martínez-Sánchez y colaboradores (2011), la supresión o no expresión de eventos emocionales muy significativos para la persona (por ejemplo, llorar la pérdida de un ser querido, expresar afecto…) puede causar una marcada hiperactivación fisiológica, inmunodepresión y efectos muy contraindicados para la salud física y mental a medio y largo plazo.

Siendo así, ¿por qué resultan tan relevantes las emociones y más aún su expresión? Estos mismos autores señalan la existencia de funciones intrapersonales —más relacionadas con la homeostasis y la supervivencia— y extrapersonales —que se relacionan con un papel más social—.

Mujer triste

Factores intrapersonales de la emoción

  • Coordinar los diferentes sistemas de respuesta cognitivos, fisiológicos y conductuales en una misma dirección.
  • Activar conductas que pueden verse inhibidas cuando la emoción no está presente: por ejemplo, una persona no deportista puede decidir correr al sentir miedo o una persona que se define como poco violenta puede defender a alguien en apuros cuando siente rabia o enfado.
  • Preparan al cuerpo para conductas de retirada o de lucha: las emociones cumplen por supuesto un papel harto relevante en nuestra supervivencia. Sentir miedo no es más que el preludio a una conducta de huida o de lucha ante ese estímulo que interpretamos como una amenaza. Sin tener ese marcador de miedo, el cuerpo no se prepararía para enfrentarse o huir.

Por ejemplo, cuando se emite una respuesta de alarma por un estímulo peligroso, es decir, cuando sentimos miedo, tiene lugar la activación del sistema hipotalámico-hipofisario-adrenal, que activa a su vez las glándulas suprarrenales para que emitan glucocorticoides. Se emite adrenalina y opiáceos endógenos por si el cuerpo hubiera sido atacado, para menguar el dolor. A su vez, se reduce la actividad de sistemas no necesarios para la huida en ese momento, como el sistema digestivo.

Gracias al miedo, por tanto, el individuo en peligro aumenta su tasa cardíaca, contrae el bazo para la salida de glóbulos rojos por si hubiera alguna herida, dilata las pupilas etc.

  • Favorecen el procesamiento rápido de información: la evaluación de las características de los estímulos adyacentes se torna rápida, lo que permite decidir con celeridad las mejores acciones para adaptarse a las demandas de ese entorno que suscita la emoción.

Factores extrapersonales de la emoción

En relación con las funciones extrapersonales de las emociones, encontramos que permiten comunicar intenciones a los demás, compartir con el resto como nos sentimos y controlar la expresión fácil, los gestos y la voz para influir también en la conducta de otros.

Como ya escribió Aristóteles, el hombre es un zoon politikon, y las emociones también cumplen un papel socializador. Por ejemplo, y en relación con lo mencionado anteriormente, se pueden buscar respuestas determinadas en individuos a través de ciertas emociones. Por ello, hay personas que para recibir apoyo utilizan la tristeza, otras que para conseguir algo hacen uso del afecto o la felicidad y así podríamos seguir con esa parte más instrumental de las emociones.

La curva de las emociones

Es difícil mantener la intensidad máxima de una emoción durante un período largo de tiempo. De hecho, el funcionamiento normal de una emoción es una escalada donde las sensaciones se van haciendo cada vez más fuertes. Se puede llegar a un punto máximo, un techo a raíz del cual la emoción no va a poder ser más intensa. A partir de ahí, la magnitud suele disminuir hasta volver a la línea base.

Esto, que parece algo meramente intuitivo, es un dato que muchas personas olvidan durante su día a día, y más en relación con la salud psíquica. Esto ocurre con las emociones y también con constructos psíquicos cómo los ataques de ansiedad o los ataques de pánico. Por ello, ninguno de los anteriores suele durar más de diez minutos.

A pesar de conocer la intensidad emocional que acompaña al miedo, al enfado o a la tristeza o quizás justamente a causa de esa vehemencia, los clientes que acuden a sesión suelen realizar acciones muy con consecuencias importantes en el punto álgido de la curva de las emociones. Esto puede llegar a ser contraproducente.

La gestión de las emociones en terapia

En un primer momento, cuando la terapia no está aún tan avanzada como para que la persona sepa gestionar su reacciones, es útil tratar la curva de las emociones. El objetivo de esto no es el control de estas, pero evitar el máximo de consecuencias negativas que una emoción intensa mal gestionada pueda conllevar.

Por ello, con pacientes con depresión, ansiedad, que se encuentren sufriendo algún duelo, en terapia de pareja etc. es muy útil en las primeras sesiones realizar una psicoeducación detallada sobre el funcionamiento de las emociones. Además, se debe de incidir en las cosas que no se pueden hacer cuando uno se encuentra en el punto máximo de esa emoción. El transcurso de la terapia permitirá que la persona no llegue a tener esas emociones de forma tan intensa y exacerbada.

Psicóloga con paciente

Tres cosas a no hacer en el punto emocional álgido

Es importante, por ello, explicar qué tres acciones es mejor no llevar a cabo cuando uno está en el punto máximo de una emoción. Las emociones pueden ser enfado, tristeza, miedo, incluso felicidad. Esto se recomienda porque en un momento de tanta intensidad emocional es difícil que esas acciones sean llevadas a cabo desde un punto de vista racional.

Esas acciones son las siguientes:

  • Tomar decisiones: tomando el ejemplo de una mujer con depresión mayor, es importante hacerle ver que en sus momentos de mayor malestar es muy peligroso que se tomen decisiones, cualquier tipo. Las decisiones tomadas van a ir siempre de la mano de la profunda tristeza o desesperación que se siente en el momento. De esta manera, también evitaremos decisiones como el suicidio o la autolesión.
  • Intentar resolver el problema: si la emoción intensa ha sido causada por un evento particular, es poco recomendable que se trate de subsanar esa situación sintiendo una emoción tan intensa. Al no tener esa parte racional, pero emocional, no se cuenta con todas las herramientas que normalmente sí se tienen para revolver un problema. Además, la desesperación de ese momento puede de nuevo llevar al individuo a tomar decisiones desacertadas en pos de resolver el conflicto. Lo mejor es dejarlo para cuando la persona comience a notar como su emoción va menguando.
  • Pensar: la emoción puede llevar consigo un sinfín de pensamientos catastróficos, irracionales y poco útiles para el momento que el individuo está pasando. De hecho, algunos de esos pensamientos pueden provocar que emociones nuevas afloren con la misma intensidad que las anteriores. Pensar puede llevar a actuar de forma irracional.

Lo recomendable es que, además de pautar las acciones que no se pueden llevar a cabo en el punto máximo de una emoción, se recomiende otras que sí se pueden emprender. Esto significa explicitar acciones concretas que pueden ser sustitutivas de esas ganas de pensar, de resolver el problema o de tomar decisiones. Puede ser de ayuda redactar en un listado esas alternativas y que el individuo las tenga a la vista en los momentos de más intensidad emocional.


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  • Palmero, F y Martínez-Sánchez, F. (2008). Motivación y emoción. Madrid: McGraw-Hill.

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