La paradoja de los ataques de pánico
A causa de la prevalencia en la población general, seguramente todos conozcamos a una persona que ha sufrido o sufrirá un ataque de pánico en algún momento de su vida, y por ello entender la paradoja de los ataques de pánico es importante.
Aunque todos sabemos que un ataque de pánico está íntimamente relacionado con la ansiedad —de hecho, existen trastornos de ansiedad que pueden presentar o no ataques de pánico—, lo cierto es que parece un trastorno poco intuitivo.
Durante el ataque de pánico, uno siente la tremenda sensación de que va a morirse —no hay que olvidar que la activación fisiológica es abrupta y muy intensa, con síntomas molestos y a veces terroríficos para la persona que los siente—. No obstante, lo cierto es que muy pocas personas, por no decir prácticamente ninguna, ha muerto a causa de los síntomas generados por un ataque de pánico persé.
Como resultado, es interesante estudiar la paradoja de los ataques de pánico recurrentes, esto es, que no aparecen de una forma aislada. ¿Por qué una persona vuelve a tener un ataque de pánico, y ese miedo a morir a raíz de los síntomas del ataque, si ya ha comprobado previamente que en realidad no muere? ¿Por qué el siguiente ataque de pánico puede ser igual o todavía más intenso?
Los síntomas suelen remitir a los diez o quince minutos, y después de sentir esa horrible sensación de que uno va a morir, uno no se muere.
La retroalimentación del ataque de pánico
Antes de hablar de la paradoja de los ataques de pánico, es importante conocer su mecanismo. Hay varios modelos explicativos que perfilan la idea de la retroalimentación entre varios factores. Estos factores podrían ser:
- Cambio fisiológico o cognitivo de la persona: esfuerzos físicos, rabia, frustración, miedo, malas rachas… Hablamos de circunstancias en general que pueden provocar que uno esté tenso.
- Percepción de los cambios corporales: es tan fácil como que uno tome conciencia de su corazón o de su respiración acelerada para comenzar a preocuparse. No obstante, hay ataques de pánico que pueden darse en ausencia de este insight previo.
- Asociación a una amenaza: los cambios corporales son asociados a que algo no marcha bien, disparando aún más el miedo o la ansiedad.
Los tres van retroalimentándose —se convierten en un sistema de retroalimentación positivo—, y una vez que ya se ha tenido un síntoma de ataque al corazón, se tiene mucho miedo de que este pueda desarrollarse —por ejemplo, sudoración excesiva—. El ataque de pánico acaba cuando entra un elemento de retroalimentación negativo: sentarse, intentar relajarse, emplear distintas estrategias de afrontamiento…
Hay síntomas primarios (los que se notan inicialmente, ahogo, mareos y aceleración cardíaca) y secundarios (sudoración, temblor) que surgen al darle una valoración negativa a esos síntomas. Surgen, en suma, porque las personas van confirmando sus creencias de que les está pasando algo.
La teoría cognitiva del ataque de pánico
Los pensamientos catastrofistas son automáticos e instantáneos en el trastorno de pánico y agorafobia. Estas personas suelen tener además un sesgo en la interpretación negativa de las sensaciones corporales.
Al tener ese sesgo en la interpretación, son personas que encuentran significados catastrofistas a los meramente insinuados por contextos particulares. Por ejemplo, cuando se dice en voz alta “el perro bebe…”, lo usual es terminar la frase con “agua”, “leche”, “de un río”, etc.
Las personas con mayor sensibilidad al ataque de pánico suelen terminar estas frases de forma catastrofista. Por ejemplo, “mi corazón late deprisa porque…”, podría acabar de muchas formas: “porque he visto a mi novia”, “porque me encuentro feliz”, “porque he fumado mucho”, “porque estoy teniendo un ataque al corazón”. Esas personas verán automáticamente la última opción en vez de las tres anteriores.
El factor clave de la interpretación catastrofista es su grado de creencia, no la cantidad de síntomas. Si esas personas creen que se van a morir de verdad tienen el ataque, aunque solo tengan un síntoma.
La paradoja de los ataques de pánico: porque no desaparece
Cuando una persona siente miedo, por ejemplo, por los ratones, y es expuesta a una sala llena de roedores con los que puede jugar, puede tocar y sobre todo, comprobar que no suponen una amenaza para ella, lo usual es que esa fobia a los ratones vaya desapareciendo (habituación). Esto ocurre con prácticamente todos los aspectos de nuestra vida.
Un niño deja de temer el colegio cuando lo conoce y experimenta que no es una amenaza para él. Una adolescente puede dejar de temer el balón de fútbol una vez que comienza a jugar y observa que no es un objeto tan amenazante, así como un hombre puede dejar de temer coger el coche cuando observa que es capaz de conducir sin tener un accidente.
Esto se produce gracias a la exposición, una técnica que permite la habituación a ese estímulo y la comprobación de que no ocurre ninguna de las consecuencias catastrofistas pensadas antes de someterse a la propia exposición del estímulo.
De esta manera, los síntomas iniciales —como palpitaciones, ahogos o mareos—, que nos asustaban antes de tener el primer ataque de pánico por poder llevarnos a un ataque al corazón, no deberían asustarnos ahora, puesto que hemos podido comprobar que ese ataque al corazón no llega a tener lugar. Esto no es del todo así.
Las personas pueden tener un único ataque de pánico y no volver a sufrir otro en toda su vida. No obstante, también hay personas que sí vuelven a tener un ataque de pánico después del primero, y otras que llegan a desarrollar un trastorno de pánico —con muchos ataques de pánico semanales o incluso diarios—. Aunque la respuesta debería extinguirse, se presentan algunos elementos explicativos de por qué el ataque de pánico puede volver a tener lugar.
Equipotencialidad del condicionamiento
Hay más o menos miedo dependiendo de la naturaleza del estímulo —rotulador vs. serpiente—. En la teoría de la preparatoriedad, se dice que existen miedos, fobias y pánicos que implican asociaciones ya preparadas y cuya extinción es más lenta. Es biológico, se adquiere a lo largo de la evolución. Estamos más condicionados con aquellos que amenazan la vida —como la altura, porque nos podemos caer—.
Por ello, eliminar el miedo que pueden promulgar síntomas físicos predecesores de un ataque de pánico es mucho más difícil. Lo mismo ocurriría con las serpientes, puesto que una no te muerda —o no tengas el ataque al corazón en esa ocasión—, no significa que otra serpiente sí pueda hacerte daño —o que en algún momento de tu vida esos síntomas no puedan estar informándote de que algo no marcha bien—.
Recuerdos emocionales en el hipocampo
Según la bioquímica P. Quijada, el hipocampo es el encargado de consolidar en la memoria aquellos sucesos peligrosos en forma de recuerdo. Esto quiere decir que, a medida que experimentamos ataques de pánico, estos se van “guardando” en el hipocampo.
Por ello, las personas con ataques de pánico tienen recuerdos emocionales de lo mal que lo han pasado después de ese ataque, y esas huellas con alto contenido emocional son difíciles de borrar de forma natural.
Las conductas de seguridad que acrecientan el problema
Previamente a los ataques, sobre todo aquellas personas que sufren de un trastorno de pánico, se trata de evitar aquellas situaciones o estímulos que creemos han podido potenciar ese ataque de pánico. Esas situaciones quedan condicionadas a malestar, y se evitan.
Evitar una situación, o llevar a cabo conductas de seguridad, provoca que el problema crezca y empeore. La paradoja de los ataques de pánico no es la única que existe, pero también la paradoja de ansiedad-evitación-ansiedad.
El ataque de pánico como miedo en sí mismo
El hecho de que una amenaza no se materialice, después de un ataque de pánico, no es una confirmación de que no hay nada que temer. Al contrario, un nuevo ataque de pánico no se convierte en la no confirmación de su miedo, pero en la casi consecución del mismo.
Tener un ataque al corazón lo encuentran casi tan peligroso como tener un ataque de pánico. Aunque no mueran, eso no es relevante para ellos, porque sí han vuelto a estar “a punto de morir”.
Los ataques de pánico y los trastornos de pánico son afecciones, que si bien se postulan como desagradables y muy invalidantes, lo cierto es que el tratamiento es eficaz y rápido.
A través de la psicoeducación, la reestructuración cognitiva, las técnicas conductuales —relajación, respiración—, junto con experimentos conductuales, técnicas de refocalización atencional y, por supuesto, exposición con prevención de respuesta, las personas con ataques de pánico recurrentes pueden no volver a sentir uno nunca más.
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