Me permito el lujo de alejar lo que agota mi paciencia

Me permito el lujo de alejar lo que agota mi paciencia
Cristina Roda Rivera

Escrito y verificado por la psicóloga Cristina Roda Rivera.

Última actualización: 14 julio, 2019

A mediados de los años 70, una serie de experimentos de laboratorio llevados a cabo por Robert Zajonc demostraron que la sola exposición de individuos a estímulos familiares era suficiente para que éstos fueran calificados de una forma más positiva, en comparación a estímulos similares que sin embargo no habían sido presentados. Este efecto se conoce como el efecto de la “mera exposición” o “efecto de familiaridad” y es algo en los que esencialmente se basa la inversión en publicidad.

Es decir, este experimento venía a decir que aunque algo no sea muy atractivo, nos vamos a acostumbrar a su presencia por el mero hecho de familiarizarnos con ello. Sin embargo, la psicología humana es algo es más compleja. Llegados a un determinado punto, aunque algo se nos presente muchas veces, puede dejar de resultarnos familiar para pasar a ser cargante, pesado y desmotivador.

Ese dicho de que “podemos acostumbrarnos hasta a lo peor” no parece cumplirse siempre en la realidad. Existen hechos que han ido mermando nuestra paciencia y deseamos que dejen de resultarnos familiares, queremos ese malestar fuera de nuestra vida. Es el lujo de alejarte de aquello que agota tu paciencia. Es un lujo, porque a veces está fuera de nuestro alcance y porque sus beneficios resultan ser un completo elixir de serenidad y calma.

Poner al límite a nuestra paciencia: un juego nada divertido

Hay muchas capacidades que resultan asombrosas al ser puestas a prueba en situaciones límite. No ocurre lo mismo con la paciencia, esa capacidad que parece agotarse y consumirse con determinadas personas y situaciones que juegan con ella hasta el límite con demasiada frecuencia.

Personas que piden “perdón” continuamente, que justifican continuos despistes, salidas de tono y faltas de consideración. Situaciones monótonas y eternas, que se reproducen en el tiempo una y otra vez, variando en la forma pero no en el fondo: siempre acabas exhausta, dolorida e irritada.

Ciertas situaciones se reproducen en el tiempo una y otra vez, a veces por parte de las mismas personas. Nos sentimos exhaustos e irritados y nuestra cabeza parece preguntarse…¿Otra vez lo mismo?

Defender tus capacidades frente al paso del tiempo

Todo este cúmulo de sensaciones nos llevan a una reflexión evidente en la teoría pero no tanto en la práctica: jugar con nuestra paciencia no es nada divertido, es agotador y frustrante. Hacer “la vista gorda” una y otra vez respecto actitudes que nos dañan es lo contrario a la asertividad, es masoquismo emocional.

Valorar mi paciencia, con los años es una energía que se agota

Antes de analizar y juzgar aquello que colma nuestra paciencia, deberíamos analizarnos a nosotros mismos. Si te vuelves a exponer una y otra vez a aquello que te irrita, estás exponiéndote a cuerpo descubierto a un batallón de cuchillos cada vez más afilados, cada vez más precisos y certeros en el daño que causan en ti.

Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, no es una responsabilidad ajena, sino propia. Ya sabes a lo que te estás exponiendo, recibir una nueva decepción es una cuestión de tiempo. Estás jugando a la ruleta rusa con tu paciencia y dignidad. Aunque creas que lo haces por no evitar conflictos con personas a las que aprecias, estás concediendo carta blanca a todo aquél que no te toma en consideración.

No somos culpables del comportamiento desconsiderado de los demás, pero somos responsables de no poner los límites que eviten que esas faltan de respeto se den continuamente por parte de las mismas personas.

stella

La paciencia es una capacidad, por tanto, limitada. Es una virtud cuando la ponemos al servicio de algo que nos interesa conseguir a largo plazo o cuando la necesitamos sobremanera en situaciones excepcionales, como una gran rabieta de un niño o soportar un retraso largo de alguien con quien habíamos quedado.

Por tanto, la paciencia no debe definirnos, sino caracterizarnos: tengo paciencia para aquello que lo merece o para lo que no encuentro otro remedio. No tengo paciencia para aquello que me crispa sin motivo aparente de forma continuada, esperando de mí absoluta complacencia y silencio. Eso no es ser paciente, eso es dañarme sin necesidad alguna, sin tener más recompensa cierta que el dolor.

Poner límites a los demás para que nuestra paciencia no llegue a su límite

La clave para conservar nuestra paciencia en aquello que lo necesita es, por tanto, no malgastarla con aquello que no la requiere. Si una amiga siempre cambia nuestros planes a su conveniencia, si un compañero de trabajo llega tarde sin excepción o si alguien nos miente de manera habitual debemos hacerle ver que no nos gusta su conducta y que no estamos dispuestos a seguir tolerándola.

El silencio respecto actitudes y conductas que nos dañan nos convierte en cómplices del dolor que otros nos causan. La bondad y la paciencia tiene un límite y es la pérdida de la ingenuidad de suponer que las cosas van a cambiar solas, sin que nosotros tomemos partido en la situación que nos afecta de forma directa.

Mujer repartiendo bondad

Alejarte de lo que agota tu paciencia es un lujo y una buena decisión, pues no tenemos que volver a transitar por los caminos en los que mayoritariamente siempre encontramos excusas, mentiras, desconsideración o desprecio. Querer guardar tu paciencia es quererte a ti mismo.

Algunos se escandalizarán por cortar por lo sano, ya que carecen de sentido de autocrítica y no son conscientes de que tu paciencia es un bien limitado y que la energía para soportar continuos desplantes tiene que ser utilizada para algo mejor.

La paciencia debe dirigirse a algo que no te devuelva siempre malestar y nerviosismo. Por muy familiar que eso haya sido en nuestras vidas, todo el mundo tiene la capacidad para decir “hasta aquí” o “no quiero soportar esto una vez más”. Nuestra paciencia es un valor, pero también un faro que identifica a las personas que solo de manera anedótica la ponen a prueba.


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