Miedo a la intimidad: cuando temes la auténtica conexión
¿Alguna vez has amado a alguien que no se dejaba amar? Iniciar una relación con una persona que evidencia miedo a la intimidad es un tormento. Es no poder conectar de manera auténtica con el otro. Es querer contenerlo en nuestros brazos para sentirlos cerca y que se escabulla. Es no estar seguro de si nos ama de verdad, vivir con dudas constantes y también con un gran vacío emocional.
Se estima que cerca del 17 % de la población evidencia este tipo de miedo a la cercanía relacional. Es decir, miedo o reticencia a establecer un vínculo y una conexión emocional, física e intelectual con alguien. Son perfiles que, al contrario de lo que podamos pensar, sí desean y necesitan de esa proximidad con el otro. Pero casi sin saber bien como, terminan saboteando toda relación.
Podemos ver en esta conducta algo de masoquismo. ¿Por qué alejar a quienes te quieren? ¿Por qué ser osco y frío con quien te ama y aprecia de verdad? Lo cierto es que detrás de estas personalidades hay realidades muy complicadas. Puede haber traumas e incluso el peso de una familia disfuncional. Lo analizamos.
Si hay algo que necesitamos las personas en nuestras relaciones es lograr un vínculo de intimidad y confianza profunda con el otro.
Miedo a la intimidad: características y orígenes
Hay un hecho indudable. Las personas que evidencian miedo a la intimidad sufren una forma de autosabotaje relacional. Este término apareció por primera vez en un estudio de la Universidad James Cook. Define esas situaciones en las que, a pesar de que una persona desee estar en una relación de pareja y amar y ser amado, termina por hacer añicos ese vínculo.
Como señalábamos anteriormente, cuesta entender estas dinámicas. A pesar de ello, son muchos los que pueden verse en este tipo de tesitura emocional. Hay veces en las que nos enamoramos de alguien y ese alguien se comporta como si, en realidad, no estuviera interesado en ese lazo. No lo cuida, su conducta es ambigua, a veces lo sentimos cerca y al instante, es como un témpano de hielo.
El miedo a la intimidad se conoce también como ansiedad relacional y consiste en la imposibilidad de construir una conexión auténtica con otras figuras. Así, y aunque esto resulte especialmente lesivo en el ámbito afectivo, también puede aparecer a la hora de construir una amistad…
¿Cómo se manifiesta?
Todos sabemos lo que es el miedo. Una emoción paralizante originada por un estímulo que se procesa como una amenaza. En el caso de las personas con miedo a la intimidad, la amenaza es precisamente esta dimensión. Hay un temor angustiante hacia el acercamiento, la de la conexión emocional, el mostrarse vulnerable, el revelar al otro, pensamientos, emociones, necesidades…
- La persona no siempre comparte con su pareja lo que piensa u opina. Esto hace que tome decisiones por su cuenta, sin hablar nunca con el ser amado.
- No habla de sus sentimientos y hacerlo se percibe como una amenaza. Detesta mostrarse vulnerable porque, quien teme la intimidad, lo ve como una debilidad. Es como desnudarse, quedar en evidencia y correr el riesgo de ser heridos.
- Nunca revela sus necesidades, sus miedos, sus preocupaciones…
- El miedo a la intimidad cursa muchas veces con ansiedad sexual. Las relaciones, a menudo, no son del todo satisfactorias.
- La persona definida por este patrón rara vez comparte sus experiencias y vivencias del pasado. Las elude, las evita o incluso miente.
- Lo llamativo es que puede parecer que, socialmente, se maneja bien. Habla, es ingenioso, parece tener amigos… Pero esas relaciones siempre son volátiles, y detrás de esa aparente resolución, está siempre la desconfianza.
La persona con miedo a la intimidad termina saboteando sus relaciones. Se vuelve quisquilloso y crítico, hasta que poco a poco va marcando más distancias que originan grandes vacíos afectivos.
¿Cuál es el origen del miedo a la intimidad?
Lo señalábamos al inicio: detrás del miedo a la intimidad casi siempre hay una familia negligente. Un ejemplo, trabajos como los realizados en la Universidad Estatal de Colorado, nos explican que, tras la falta de disponibilidad y confianza emocional en la pareja, suele estar un tipo de apego disfuncional originado en la infancia.
- Cuando los progenitores no están emocionalmente disponibles para sus hijos, o son agresivos con ellos, se desarrolla un tipo de apego muy concreto que marca la vida de la persona. Es el apego evitativo, el cual se relaciona de manera directa con el miedo a la intimidad.
- Las familias disfuncionales, es decir, todas aquellas que no son capaces de proveer lo necesario para que los hijos crezcan sanos (tanto física, emocionalmente, intelectualmente) son otro ejemplo de como una persona desarrolla esta realidad.
- La pérdida traumática de un progenitor también cursa con esa angustia a la intimidad.
- Tener unos padres muy mayores o enfermos o tener que hacerse cargo de los hermanos también promueve la aparición de este tipo de realidad emocional. Son niños que crecen asumiendo que solo pueden confiar en sí mismos.
Hay un espectro en lo que respecta al miedo a la intimidad. Hay quien solo evidencia ciertas inseguridades y temor a conectar con los demás, mientras que otras personas son totalmente incapaces de conformar cualquier tipo de vínculo.
¿Cómo se trata este tipo de angustia hacia la conexión humana?
Hay algo que debemos comprender. Si tenemos una pareja que no construye con nosotros una intimidad real y satisfactoria, no pensemos que el problema está en nosotros. No concluyamos tampoco que nos está rechazando porque no nos ama. En realidad, quien pone distancia afectiva lo hace muchas veces como mecanismo de protección.
Son personas que temen la traición o el abandono y en sus mentes siempre será mejor no intimar para no salir heridos. No saben que con su conducta logran exactamente lo mismo de lo que huyen: la soledad y el desamor. Lo más adecuado en estos casos es facilitarles apoyo para que inicien terapia psicológica.
Habrá quien deba hacer frente a la herida de esa familia disfuncional, de un pasado de maltrato o de pérdidas que no han podido afrontar. Cada caso es único. Sin embargo, el fin terapéutico siempre será el mismo: facilitar estrategias para poder crear relaciones satisfactorias, felices y duraderas. Confiar, intimar y amar sin miedo es la clave de la felicidad.
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