Un "te quiero" en un portal, un "adiós" en un aeropuerto

Un "te quiero" en un portal, un "adiós" en un aeropuerto
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Valeria Sabater

Última actualización: 18 diciembre, 2016

Los instantes más intensos de nuestras vidas, a menudo, acontecen en los más variados umbrales: ese portal donde nos sorprendieron con un beso, ese aeropuerto donde un “te quiero, nos vemos pronto” duele más que una herida o esa estación donde aguardar la llegada de alguien especial, quedan para siempre impresos en la memoria.

Nuestra cotidianidad está habitada por ese tipo de umbrales físicos en los que, de algún modo, se concentra una alta carga emocional. Son rutas de paso, cruces de caminos donde los vínculos afectivos que mantenemos con alguien están obligados a separarse o a reencontrarse tras un tiempo de ausencia.

“Te dejo con tu vida, con tu gente, tu trabajo, tu puesta de sol y tus atardeceres”

-Mario Benedetti-

Son momentos de todo o nada, ahí donde a menudo, toca arriesgar, sincerarse, ser valiente y dar el paso para que esa persona se sienta arropada ante su llegada o se lleve en su corazón una parte de nosotros mismos. El ser humano siempre ha sido algo nómada, todos lo sabemos, pero ahora, quizá, lo somos un poco más.

El contexto social y económico nos invita ya forzosamente a explorar otros mapas, otros escenarios donde ampliar perspectivas, donde reciclarnos, descubrir, viajar, experimentar, sobrevivir al fin y al cabo… Estos impulsos vitales tan necesarios implican a su vez muchas despedidas, quizá demasiadas, así como los ansiados reencuentros que ponen en marcha una vez más, esa moviola de aire nostálgico que nunca parece detenerse.

Los umbrales físicos son como silenciosos testigos de la magia de nuestras vidas. Estos escenarios “del adiós” son enclaves de gran interés psicológico y emocional en los que deseamos profundizar contigo.

un te quiero, un adiós

Los “te quiero” en los aeropuertos

Los aeropuertos son escenarios tremendamente fascinantes desde el punto de vista psicológico. Son caóticos, inmensos y abigarrados. Nada más llegar uno tiene la clara sensación de estar perdido, las prisas apremian y entre el caos de las maletas, los abrigos y los billetes, intentamos echar mano de nuestro GPS mental para orientarnos. Sin embargo, es un lugar donde a su vez, las emociones cohabitan de forma intensa, cíclica y permanente. Basta con apagar nuestra mirada de nervioso viajero para encender la de sereno observador para descubrir muchas cosas.

Los “te quiero” no abundan demasiado, pero sí las miradas que lo dicen todo. Son comunes las lágrimas, los ojos trémulos que se resisten a decir adiós, así como el rostro de “qué ganas de tenerte conmigo de nuevo”. Abundan a su vez los padres ansiando abrazar de nuevo a sus hijos. Y las abuelas, que a pesar de no haber pisado nunca un aeropuerto, se hacen un sitio con la solvencia de cualquier otro para despedir a ese nieto que se va a trabajar lejos, muy lejos a un país que ni tan solo sabe pronunciar y de donde espera que vuelva pronto.

Los aeropuertos son casi como la salida nerviosa de un vientre materno, un umbral lleno de sensaciones intensas, a veces contrapuestas que nos lleva a lo desconocido o que, en caso contrario, nos devuelve a nuestras raíces. A su vez, se convierten también en espacios de largas esperas, donde uno se siente imantado por las emociones ajenas para reflexionar sobre las propias.

El significado de la nostalgia

Los enclaves emocionales de nuestras vidas

Carl Rogers nos recordaba a través de sus teorías que las personas debemos asumir lo que somos a través de las experiencias que vivimos cada día. Somos seres funcionales, creativos y ante todo, emocionales. Si lo pensamos bien, nos daremos cuenta de que cada uno de nosotros nos pasamos la vida cruzando umbrales, cogiendo trenes, viajando en coches, en aviones, entrando en casas de nuevas amistades, poniendo el pie en nuevos centros de trabajo, en nuevos espacios donde disfrutar del ocio, de la relajación, de nuestras tardes de consumismo y disfrute.

“Cuando uno se sabe en su lugar y en su mundo, lo siguiente es dar el paso y ser valiente”

En cada uno de esos umbrales físicos se concentran nuevas o viejas emociones. Es un ciclo que se repite como los clásicos uróboros, esa serpiente sagrada que se come la cola y que representa la continuidad de la propia vida y a su vez, la belleza en sí misma de nuestro ciclo personal. Ahora bien, hay un aspecto que debemos tener muy claro: en estos umbrales acontecen también gran parte de nuestras oportunidades, esas que no debemos dejar escapar.

uroboro

Una despedida es una entrada directa a la incertidumbre. No sabemos si ese adiós en el aeropuerto puede transformarse en un “hasta siempre”. Tampoco sabemos si la distancia nos permitirá mantener con la misma ilusión esa relación o si tendremos otra oportunidad para declararnos, para decir “un te quiero” a alguien que se debate entre la duda, el reparo y la timidez.

El mejor momento para cualquier cosa siempre es AHORA, y los umbrales físicos son sin duda una invitación directa a la sinceridad, a la revelación y a la valentía del presente frente a la incertidumbre del futuro. Si la vida es como un mágico uróboro y un ciclo perpetuo de recibimientos y despedidas, permitamos que sea siempre el amor quien ofrezca sentido a este mágico movimiento.

Imágenes cortesía Jean Pierre Gibrat


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