La relacion entre el consumo y el optimismo
Las personas optimistas, además, confían más en los vendedores. Esta es la conclusión a la que han llegado los investigadores de la Universidad de Saint Mary de California y de York University. Los que consideran que el mundo es un lugar “justo” escuchan lo que los vendedores tienen para ofrecer y no compran por que si. En la mayoría de los casos ya saben qué van a adquirir al entrar a la tienda y no gastan más dinero que aquél que tienen pensado.
Los autores de este estudio, Andrew Wilson y Peter Darke, analizaron las conductas al momento de comprar y se preguntaron si las recomendaciones influyen en nuestras decisiones. Los optimistas son más confiados con las recomendaciones que les ofrecen los vendedores, pero eso no quiere decir que compran cualquier cosa. Si por ejemplo, tienen que comprar un producto específico, le harán “caso” a lo que el empleado de la tienda le diga, ya que consideran que es experto en el tema, sabe cuál modelo es mejor o puede ofrecer su punto de vista basado en el simple hecho de que se dedica a ello.
En la investigación se estudiaron las actitudes de un grupo de consumidores. La mitad de los participantes dijeron que confiaban en el vendedor antes de realizar la operación y el 50% restante indicó que confiaba recién después de hacer la compra. El segundo paso fue consultar sobre su percepción general sobre el mundo. Aquellos que afirmaron que el planeta es justo fueron los mismos que confiaron en los consejos del vendedor y tenían confianza en sus palabras. Los que no compartían esta idea tenían más recelo a aceptar lo que el empleado de la tienda tenía para enseñarle o aconsejarle.
En otra investigación se consultó acerca de las visiones sobre el mundo que tenía cada persona. Los resultados fueron los siguientes: las personas optimistas suelen confiar más en la opinión de los vendedores y eso puede influir al momento de tomar su decisión sobre la compra, pero más cuando ya se ha adquirido el producto.
Los consumidores que creen que vivimos en un mundo justo usan esta creencia como una herramienta o recurso para decidir una acción a seguir, un patrón de consumo. Lo curioso es que estos confían más en los vendedores después de la compra.
¿Qué ocurre con el consumismo y el pesimismo?
Por otro lado, la publicidad se encarga de hacernos creer que necesitamos tal o cual producto. Por ejemplo, para una fiesta super divertida entre colegas, una marca específica de bebida alcohólica; para sentirse sensual, unos zapatos determinados; para ser mejor que los demás, un viaje al Caribe, etc. Lo que se vende en televisión o en los periódicos logra que la gente tenga necesidades ficticias, lo mismo que ocurre en las tiendas y centros comerciales.
Cuando una persona está triste, deprimida o estresada, es probable que gaste más dinero que aquella que se siente feliz, satisfecha, plena. Entonces es más probable que las empresas enfoquen sus campañas a atraer la atención de los infelices. ¿Cómo? Con promesas.
Claro, se les promete que al comprar cierto producto o contratar tal servicio serán más lindos, más inteligentes, con un mejor cuerpo, más divertidos, más populares, pertenecerán a un grupo “top”, etc. Pero en realidad, el hecho de necesitar algo material para ser feliz es lo más parecido a la desdicha que existe.
El consumismo entonces está pensado en los que no se sienten a gusto con sus vidas, ya que según indican las publicidades, a partir de comprar tal ropa, tal coche, tal casa, tal móvil, tal cámara, tales zapatos, tal cerveza, etc todos sus problemas se irán como por arte de magia. Nada más alejado de la realidad, ya que una vez que se tenga ese producto, saldrá a la venta otro “mejor” o más actualizado, por lo cuál es un círculo vicioso que nunca termina. El no tener ese nuevo artículo traerá más tristeza y depresión y así sucesivamente.